A ver cómo se les explica a estos descerebrados del botellón y la disco que cuando pertenezcan a la élite política, militar, empresarial y periodística comerán huevos en plena pandemia siempre que sean servidos por camareros con librea. La contraposición de imágenes de chavales corriendo o enfrentándose a la Policía y la de los asistentes a un fiestón en el Casino de Madrid saltándose las normas que ellos mismos han dictado, no tiene perdón. ¿Qué llevó al ministro Illa a saltarse sus propias recomendaciones? Probablemente el temor a verse en titulares de algún medio por no participar en un homenaje a las Fuerzas Armadas. Porque otra cosa no se explica. El ministro de Salud de Nueva Zelanda dimitió este verano después de ser pillado con su familia en la playa en plena restricción de movimientos. «Soy un idiota», acertó a decir. Antes lo hicieron el comisario europeo de Comercio y el ministro de Agricultura irlandés, tras participar en una cena de gala en un club de golf «socavando todo el enfoque de salud pública». El Golfgate, así bautizaron los medios irlandeses semejante escándalo. También la consejera de Salud escocesa dio un paso en falso al trasladarse con su familia a su segunda residencia, y pagó con su cese. Celaá, viajando a Bilbao cuando no se podía salir de Madrid, o Francina Armengol, en un bar de copas después de la obligada hora de cierre, son el claro ejemplo de que aquí tenemos el brazo más largo que la manga. ¿Y qué decir del anfitrión de la fiesta que llora en su diario por los miles de compatriotas que se están quedando atrás? Pues que siempre apuesta por el don de la oportunidad y no por el de la responsabilidad como ha hecho este diario, que está celebrando su 30 aniversario con la cordura que exige el momento. Nada que ver con lo planificado allá por febrero, cuando la trayectoria de EL PERIÓDICO DE ARAGÓN justificaba un buen campanazo. En fin, ¡felicidades, compañeros!, por los 30 años y por saber estar en todo momento.