El covid-19 se puede contraer de la manera más insospechada. Yo lo cogí y no tengo ni idea de dónde lo pillé. Y mis contactos estrechos tuvieron que confinarse. Algo parecido le ha pasado a Adrián Barbón , de ejercicios espirituales como un cartujo por haber estado en las cercanías de la número dos del PSOE asturiano, Gimena Llamedo , a la que también agarró el bicho. Cuando Asturias aún no estaba en el ojo del huracán de la pandemia pero se aproximaba peligrosamente, Barbón recomendaba encarecidamente a la población autoconfinarse y habitar una burbuja de no más de seis convivientes. Ahora, el presidente de Asturias y su vicepresidente están recluidos por haber quedado para comer con Gimena Llamedo, que después dio positivo en las pruebas. Aunque el presidente y su mano derecha no cumplieron lo que pregonan, sería demagógico calificar esa cita de irresponsable, ya que pone de manifiesto que, aun tomando las preceptivas medidas de seguridad y protección, el contagio está a la vuelta de la esquina. Nunca se sabe quién lleva el covid pegado a la boca ni el tamaño de la carga vírica y la mala baba que acumula cada cual. De todo lo que ocurre en este tiempo convulso hay que obtener enseñanzas, aunque se antoje evidente que después de seis meses de pandemia no hemos aprendido nada, o bien poco. Seguro que el presidente asturiano saca rédito de su obligado encierro y cavila que una cosa es vivir en una burbuja y otra bien distinta gobernar haciendo pompas. Que es aconsejable disponer de rastreadores, pero también mantener los puestos del rastro. Y que encerrar Asturias impide acudir a quejarse a Madrid del retraso del estatuto electrointensivo. Resulta, en definitiva, políticamente saludable que el jefe del gabinete autonómico abra las ventanas del despacho y lo airee.