En noviembre y seguimos en plena pandemia del coronavirus. Tanto la vida como este artículo parecen un diario de adolescente: monótono, reiterativo y con poco tono vital. Eso si lo ves desde dentro, porque si lo miras desde fuera es más de lo mismo, algo pesado que aburre a todo el mundo que pierda el tiempo leyéndolo.

Y, sin embargo, no puedes hablar de otra cosa. Sería como escaquearte de la lucha contra el virus, de traicionar el sufrimiento, el temor y la esperanza de tantos conciudadanos que viven a golpe de dato y de noticia. Algo así como Esperando a Godot, que nunca llegó pero cuya espera dio sentido a toda su vida a los dos vagabundos de Samuel Beckett.

Desde el 14 de marzo hasta la desescalada del 21 de junio casi llegamos a acostumbrarnos. Nos acostumbramos al encierro y hasta descubrimos una cierta interioridad que hacía tiempo no sabíamos de ella. Reconstruimos rutinas que nos hacían más llevadero el encierro, descubrimos nuevos autores y volvimos a encontrarnos con viejos ensayos, novelas, películas y poemas que, en otro momento, nos iluminaron y nos guiaron.

Y llegó el verano, momento de soltar amarras y embeberse en la nueva normalidad. Tanto nos lo creímos que lo practicamos con plena dedicación.

«Hemos derrotado al virus y controlado la pandemia», proclamó un exultante Sánchez el 5 de julio. Pero duró poco. Julio y agosto fueron como el espejo que nos devolvió nuestro rostro, el rostro de la pandemia. Aún hubo algunos que estiraron el verano: San Fermín, innumerables fiestas de agosto, el Pilar, todas con el no delante, como si fuera un camuflaje de la realidad. ¿Habrá también no navidades? Y aquí nos encontramos, en noviembre-marzo, como en la concepción griega del tiempo circular, siempre pasa lo mismo aunque con formas distintas. Y aún decíamos durante el confinamiento que estábamos aprendiendo, que saldríamos más fuertes y más sabios. Pero no, no solo no hemos aprendido nada sino que cada vez somos más estúpidos. Con la salvedad de que a los ciudadanos de a pie no se les da más que una responsabilidad individual, pero a las autoridades se les encomienda una responsabilidad y un hacer colectivos, en nombre de todos. Por eso y para eso son autoridades; desde su libre voluntad quisieron ocupar esos lugares, pero a muchos les fue grande. Y no hablo de gobiernos y oposición por separado, sino de todos en general. Y no se pueden escudar en que han trabajado y sufrido mucho, lo que es cierto, porque la autoridad está para solucionar los problemas de sus conciudadanos y no tanto para sufrir. El sufrimiento no se delega, sino que se practica personalmente. Y los ciudadanos así lo han practicado.

Pero, de pronto aparecen dos buenas noticias: una, que Trump ha perdido las elecciones del imperio y otra, que la farmacéutica Pfizer ha testado una vacuna con el 90% de eficacia. Los ánimos empiezan otra vez a calentarse y dentro de pocos días (porque esto se cuenta por días) habrá presión hacia las autoridades para que suelten cuerda y nos dejen vivir un poco. Ya estamos salvados, pues Jehová, una vez más, ha acudido a salvar a su pueblo elegido. Pero no olvidemos que el virus, como el dinosaurio, sigue con nosotros.

¿Y ahora, qué? El primero, Trump, ya ha recordado que profetizó la vacuna pero que han esperado a hacerlo público después de su derrota en las elecciones. Vamos a estar muchos días contando con los dedos de las manos cuánto nos falta para la liberación total. Pero ¡cuidado!, nos dicen, no estiremos mucho de la cuerda no sea que nos lastimemos y seamos los últimos caídos en esta guerra vírica.

Pero alguien osa adelantarse, ya ha salido el ministro de Sanidad de España a decirnos que esto ya estaba previsto, que ya hemos comprado no sé cuántos millones de dosis y que en mayo esto se acabó. El verano del 2021 va ser muy especial, tan especial que muchos (turismo, hostelería…) ya están planificando la fiesta planetaria que va a tener lugar, posiblemente en España.

Y otra vez volveremos a las andadas. La ciencia y la investigación recibirán alguna inversión (a modo de subvención graciable) para que no digan; la sanidad y la educación recibirán alguna limosna; la Administración seguirá ufana haciendo lo mismo y de la misma manera, porque habrán vencido al virus. La gente olvidará el 2020, el año que no existió, y el muerto al hoyo y el vivo al bollo y a vivir que son dos días. Pero la naturaleza sigue ahí y no habremos aprendido que el único progreso posible y sostenible consiste en un diálogo constructivo y respetuoso entre hombre y naturaleza.

La ciencia, como la medicina, es más barata y eficiente, como prevención que como curación. Naturaleza y ciencia: binomio a reivindicar. Vida inteligente: pauta a seguir.