Reconozco que el título es facilón, pero representa bastante bien la realidad. Desde los meses finales del 19, de ahí el número añadido a covid, el mundo está en guerra contra el virus. El problema fue que muchos nos enteramos del comienzo de las hostilidades tres o cuatro meses tarde.

Si hablamos de la guerra y leemos la obra de este título, de la que es autor el general prusiano Carl von Clausewitz, llegaremos a la conclusión que en todas las guerras, incluso cuando el enemigo es el virus, hay que hablar de estrategia, de combate, de la defensa, de las fuerzas armadas, aunque sea con respiradores y PCR, de las líneas de comunicación, de la manutención, etc. Además, el general prusiano fue el primero en advertir el carácter de instrumento político de la guerra. ¿Les suena de algo en el contexto actual?

Desde marzo del 20, la expresión «desbarajuste» es la que mejor define lo ocurrido en España: carencia, en un principio, de mascarillas y material sanitario; cambios continuos de criterio; decisiones que rozaban el absurdo; desconocimiento de quienes eran las autoridades científicas que asesoraban a los gobernantes (supongo que no se apoyarían solo en un funcionario como Simón); falta de coordinación; improvisaciones, etc.

Estos hechos han producido, además, importantes daños colaterales a nuestro modelo de organización territorial, al propio sistema sanitario, a los partidos políticos (incapaces de acordar casi nada) y a nuestra autoestima como país. Y gravísimos daños directos a la economía, con sus consecuencias sociales (algunas irreversibles) y políticas (como se verá en su momento si no se pone remedio pronto).

Como recordaba hace unos días, el 4 de octubre de 1918, en plena «gripe española», el gobernador civil de Burgos daba una serie de instrucciones y recomendaciones bastante parecidas a las de hoy: no permanecer en locales cerrados mal ventilados, como tabernas, cafés, etc; que se ventilen con frecuencia los locales; estar en el campo el mayor tiempo posible «porque el aire libre, el agua y la luz son los mejores desinfectantes en esta ocasión»; «tener mucha limpieza de la boca, seguir los consejos del médico y desoír a los ignorantes que os invitan a beber alcohol y consumir tabaco como remedios preventivos». Como si no hubieran pasado cien años, vaya.

La gripe acabó en 1920, sin vacuna, y dejó entre 50 y 100 millones de muertos en todo el mundo. Y no olvidemos que el planeta estaba en plena guerra mundial, la primera. Sin embargo, para dar ánimos a nuestros lectores, les recordaré que después vinieron los llamados felices años 20. Aquí el optimismo se llama Pfizer.

En 1918, España tenía 25 millones de habitantes menos que hoy y estaba organizada en provincias. Supongo que las instrucciones sanitarias las darían desde Madrid y, que yo sepa, en ningún caso se declaró el estado de alarma o similar.

Desde luego, nuestro país ha cambiado mucho desde entonces, pero me temo que hemos tardado demasiado en ponernos de acuerdo para utilizar con eficacia todos los medios humanos y técnicos de los que disponemos hoy, al menos sobre el papel; en sacarle más provecho al modelo de organización territorial del Estado, y en destinar mejor los presupuestos públicos y privados para hacer frente al virus y a sus consecuencias tanto económicas como sociales.

Añada aquí el lector cuantas opiniones o quejas le merezcan todo lo que ha sucedido en nuestro país en diez meses, y piense si está de acuerdo o no con cinco premisas que deberían tenerse en cuenta en una estrategia común, en esta guerra contra el covid-19.

1. La experiencia demuestra que es absolutamente necesario despolitizar la dirección de la guerra. El virus no sabe de ideologías.

2. Es obligado contar con un estado mayor solvente, muy profesional, con apoyos científico y médicos de reconocida e indiscutible competencia. La ciencia da seguridad y tranquiliza a los ciudadanos.

3. Aclarar definitivamente el reparto competencial en materia sanitaria entre los poderes generales del Estado, las comunidades autónomas y las entidades locales. Porque no todos los territorios son iguales, ni en extensión ni en población. No se puede tratar de la misma forma a Madrid que a la provincia de Teruel. De paso, que nadie aproveche el covid para cargar contra el modelo territorial de la Constitución del 78. El Estado debe garantizar la cobertura jurídica necesaria para que cada comunidad o entidad local, en su caso, pueda ejercer las competencias que le son propias, sin más limitación que el interés general de sus ciudadanos. Y garantizar también, el apoyo económico incondicionado a los órganos gestores directamente implicados, llegando hasta donde el sistema común de financiación autonómica no puede llegar en una situación excepcional.

4. El Estado debe indemnizar a cuantos pequeños empresarios o autónomos y a cuantas personas han perdido su negocio o su empleo como consecuencia directa del cumplimiento de las restricciones ordenadas por las autoridades competentes.

5. Haciendo cuantas modificaciones presupuestarias sean necesarias para tal fin y estableciendo las prioridades que exige la guerra contra la pandemia.

Procuremos no hacer el ridículo con estos asuntos, que camino llevamos.