Mefistófeles a su lado era un parvulito. Incluso ha aprendido a caminar sobre las aguas. Sus verdades son variadas, según y cómo. Puede decir una cosa y la contraria en un breve lapso de tiempo. Por supuesto, no tiene proyecto de país porque ni falta que le hace: ya se encargarán de hacérselo las conveniencias de los coyunturales socios que elija, según su personal y único criterio. Ha sofronizado a su partido hasta límites insospechados. Nadie le molesta a su alrededor, o porque no existen o porque son meras marionetas (con algunas excepciones que confirman la regla). Lo que hace y propone, en el mejor de los casos, solo sirve para la mitad del país. Sabe que no tiene alternativa y se aprovecha de ello. Continuará en el poder tanto tiempo que nos parecerá una eternidad. La confrontación ideológica es su único combustible. Le da igual pactar con partidos que buscan poner a España del revés, que con los que quieren trocearla o con los que estuvieron enfrascados en el terrorismo de ETA y lo volverían a estar si lo consideraran necesario. Podría argumentar un pacto con la extrema derecha, si le fuera preciso, como Largo Caballero colaboró con la dictadura de Primo de Rivera . Sin embargo, su especialidad, por razones «naturales» es pactar con los que piensan como la izquierda, para acabar viviendo como la derecha. Que les voy a contar a ustedes.

Facilitaría la tercera república con la única condición de ser él el presidente. Si se lo propone en serio, podría lograrlo y terminaría justificándolo como una necesidad del país. En la historia de España no ha habido un político como él. Maneja las circunstancias con una autosuficiencia casi insultante, provocadora. Hasta algunos medios de comunicación, suficientemente «interesados», lo toman en serio y le ríen las gracias, porque siempre hay palmeros que se pasan de revoluciones. Es el político, con diferencia, mejor dotado para el oficio de la política -el arte es otra cuestión-. Ideal para navegar en aguas estancadas que es el estado actual de España. Él y solo él, impone las reglas del juego y le cuesta poco cambiar de tablero si va perdiendo la partida: lo mismo le da la oca que el parchís. Todo vale.

Dicho lo anterior, me pregunto si sería posible dirigir todas esas fortalezas y demostradas capacidades hacia un fin superior al mero interés personal. Conociendo que el mayor problema de España es su estancamiento en casi todo, ¿sería posible un giro de 180 grados en beneficio de todo el país, protagonizado por el actual inquilino de la Moncloa? ¿Estaría dispuesto Pedro Sánchez a elevarse por encima de la tierra pantanosa en que se ha convertido España desde 2015?

El país necesita reformas del mismo calibre de las que se hicieron en la Transición. Eso es algo que sabe todo el mundo con dos dedos de frente. Sánchez pasaría a la historia, manda huevos, si se convirtiera en el punto de apoyo para hacer la necesaria segunda transición.

¿Forma parte de la estrategia de Sánchez alcanzar el límite del «cuanto peor mejor», para aparecer luego como salvador de la patria, ante la inoperancia del resto de las fuerzas políticas? Porque tal y como van las cosas, el futuro político, social y económico de nuestro país no apunta bien, por muchos presupuestos que se aprueben con apoyos, en algunos casos, indeseables.

Yo me conformaría con tres gestos, a modo de indicios de una nueva política: acordar un modelo educativo válido para la inmensa mayoría de los españoles con una duración al menos, de un par de generaciones; tomarse en serio la ciencia y la investigación, superando el «que inventen ellos» y releer la historia de España, sin limitarnos al tiempo transcurrido desde los años 30 hasta 1975. Se aprende mucho de la Historia. Para evitar, por ejemplo, que preguntado un muchacho de 16 años por el nombre de un personaje histórico, además de no saber qué significa personaje histórico, contestara Torrente , como escuché esta semana en Onda Cero . ¿Estamos condenando a las nuevas generaciones a repetir la historia?