Opinión | Hoguera de manzanas

Los artículos de José Antonio

Me obsequia EL PERIÓDICO con un libro que recoge los artículos que José Antonio Labordeta publicó aquí de 1994 a 2007. Es una edición preciosa, con prólogo de su hija Ángela y notas de Antonio Ibáñez. Labordeta me remonta a mi infancia: pienso en los interminables peregrinajes al pueblo en aquel Simca, en los radiocasetes que llevábamos sobre las rodillas, compaginando La gallina Turuleca con aquellas canciones tan graves de las cintas de mi padre. Fueron horas de iniciación precoz a una suerte de nostalgia a la vez inmensa y austera que tenía voz de hombre y un aire reciamente idealista. Hombres que hablaban de Aragón y de tristezas, de viejos pueblos, de esperanza, compromiso y trabajo. Aunque mi adolescencia desembarcó a principios de los ochenta sin mucho equipaje, dispuesta a disfrutar toda la libertad por la que ellos habían luchado, cuando me fui de casa me llevé algunas cintas de Labordeta y he escuchado esa voz toda mi vida. Aun en las etapas más frívolas y salvajes, en las más aburridas o en las más tristes, empezar a oír algunas de sus canciones era como volver a un lugar conocido y querido, a una habitación sentimental que siempre se lleva a cuestas. Algo parecido me ha ocurrido al revisitar sus artículos. Labordeta era mucho más que un cantautor o un político que una vez mandó a la mierda a sus señorías, era un hombre comprometido con su tierra, con la palabra y con la poesía y era, como diría Machado, «en el buen sentido de la palabra, bueno». Junto a la valentía y la claridad para defender aquello en lo que creía se deslizó siempre una ternura sin cuartel que jamás dejamos de encontrar en sus reflexiones. Creo que su áspera melancolía fue mi primera influencia poética, su especie de depresivo optimismo, su descreimiento esperanzado. Y me emociona poder decir simplemente gracias

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