«Todos los esfuerzos de este Gobierno y de este Ministerio [de Igualdad] van dirigidos a convertir el ‘hermana, yo sí te creo’ en un ‘hermana, el Estado te cree’», ha escrito en Twitter Irene Montero. Desde el punto de vista de Unidas Podemos es lógico que así sea. De lo contrario, la costumbre de lanzar denuncias falsas podría resultar ruinosa para su formación.

Unidas Podemos ha tenido que indemnizar al abogado José María Calvente, a quien habían despedido tras acusarlo falsamente de acoso. Esta semana Pablo Echenique, portavoz parlamentario del partido junior de la coalición gubernamental, ha sido condenado por acusar de violación a una víctima de asesinato. El movimiento fue particularmente falto de clase incluso para los estándares de Echenique, que ha logrado que su mezquindad supere a su estulticia y dogmatismo: en su caso, es una tarea meritoria.

Hay bastantes razones para desconfiar de la idea de la ministra. Desde luego no tranquiliza que parta de su formación: Montero ha practicado las acusaciones públicas, a veces como instrumento de campaña electoral, en la combinación de Al salir de clase y revolución cultural que constituye su modelo político.

De manera mucho más decisiva, el Estado tiene que escuchar a las víctimas, pero no puede renunciar al principio de presunción de inocencia, la base de nuestro sistema penal y de una sociedad civilizada. No queda claro lo que quiere decir Montero -el borrador de la ley de igualdad sexual era una chapuza, como señalaron miembros del propio gobierno-, pero sería aberrante invertir la carga de la prueba. Sería arbitrario e innecesario: ya hay instrumentos legales para perseguir este tipo de delitos. Discriminaría a los denunciados en favor de las denunciantes; sería también paternalista hacia las mujeres. (Ya advertía Jill Lepore del curioso origen de la justicia basada en «creer a las víctimas»: una alianza entre cierto feminismo y una derecha religiosa que parecen coincidir en la infantilización e las mujeres.) Como ha escrito Tsevan Rabtan, el Estado no tiene hermanas. Como es ya tradicional, lo que se presenta de manera adanista como un avance es un regreso a un tiempo más brutal y caprichoso. Bajo el disfraz de ideas modernas y progresistas, se pretenden eliminar garantías, procedimientos y prevenciones: los avances que propugnan exigen negar las conquistas de la Ilustración y del liberalismo político, y su proyecto ridículo no conduce a la emancipación sino al oscurantismo y la injusticia.