Pongamos por caso: usted tenía previsto coger un autobús para hacer un viaje, pero los mecánicos le advierten que el vehículo no está en buenas condiciones. El conductor, sin embargo, insiste en venderle el tíquet, alegando que su vehículo ha pasado la revisión. Subir o no a ese autobús será decisión suya, como usuario, pero, ¿y si hay un accidente, de quién será la responsabilidad, de quién será la culpa?
Ejemplos como este son utilizados por Robert P. Crease en Los científicos y el mundo (Crítica), ensayo sobre el candente tema del negacionismo, aquí analizado y evaluado a lo largo de la historia del conocimiento. Recorriendo con profundidad y amenidad casos tan paradigmáticos como los de Francis Bacon o Galileo Galilei, en el que sería el período de un primer renacimiento e ilustración tras el mundo clásico, pero también las incomprensiones, los ataques, el negacionismo sufrido por algunos de los filósofos que proclamaron la hegemonía de la ciencia sobre cualquier otra creencia. La filosofía científica, de base kantiana, de Edmund Husserl, Max Weber o Hanna Arendt aparece en las páginas de Creace relacionada por su indesmayable método fenomenológico a la hora de analizar el mundo como una relación de fuerzas y elementos en constante relación y oposición entre sí. René Descartes, Giambattista Vico, Mary Shelley, Kemal Atatürk o Auguste Comte complementan los capítulos de este iluminador ensayo que habla de injusticias, inquisiciones, incredulidades, pero finalmente, por encima del fuego de las hogueras y de las cenizas de la duda, del avance científico sobre la ignorancia y la superstición.
La actual ola de negacionismo tiene, sospecho, más raíz en la torpeza de la casta política que en el debate científico. Indiscutibles son las pruebas que demuestran un cambio climático a raíz del exceso de dióxido de carbono y su efecto invernadero. Poca discusión tiene asimismo la evidencia de que la pandemia de coronavirus ha acabado con un millón de personas que podrían haber seguido viviendo de no haber contraído la enfermedad. Con las pruebas en la mano, negar lo evidente evidencia una afirmación política de determinada tendencia, un grito de oposición, de frustración, más propio de un campamento de cazadores o de soldados que de silenciosos pensadores o científicos