Hoy no voy a escribir sobre ninguno de los temas de actualidad que llenan los medios de comunicación y que el lector conoce de sobra. Ni siquiera hablaré de Sánchez, como piedra angular del desheredado modelo político que padecemos desde que en 2015 terminó el régimen de la Transición. Tampoco tengo intención de hablar del PAR hasta que acabe el «permiso» de un mes que he solicitado al director de EL PERIÓDICO. Después, cuando estemos cerca de la vacuna, lo intentaré con el ánimo de echar una mano a cuantas personas de buena fe tratan de evitar que el partido más determinante de Aragón acabe por desaparecer.

Sin embargo, es necesario hablar del aragonesismo, del que casi nadie habla en las instituciones y cuyo silencio parece el preámbulo de una muerte anunciada. Únicamente el presidente Lambán, a pesar de ser socialista y jacobino, ejerce en ocasiones de aragonesista. Al margen, por tanto, de esta personal excepción, que algunos agradecemos, el aragonesismo brilla por su ausencia. Ni banderas con las barras de Aragón se exhiben en los balcones, en un tiempo de banderas y banderías. Tengo la impresión de que las exigencias de la estabilidad, las reacciones a las tarascadas del separatismo y la covid 19 están enterrando el aragonesismo.

Que el aragonés sea un pueblo universal no es incompatible con considerar, como decía Hipólito, la necesidad de ser universal en algún sitio. En nuestro caso, el sitio es Aragón.

Si el lector analiza cualquier tema de actualidad con el cristal de un aragonesismo no excluyente, mirando por el bien de Aragón, comprobará que las cosas no siempre resultan como aparecen en los medios de comunicación, sobre todo desde fuera de Aragón.

Centralistas y separtatistas

Ni la historia pasada, ni la realidad presente, ni las esperanzas de futuro se ven de la misma forma desde Aragón que desde cualquier otro territorio. Admitamos, por tanto, que España es única y plural. Que cada comunidad, como cualquiera de los miembros de una misma familia, es un hecho diferente, con su propia personalidad. Así, convertir a España en una especie de tabla rasa es un error de enormes proporciones, con nefastas consecuencias. Por supuesto, en ese intento, tan culpables son los centralistas como los separatistas. Ni los unos ni los otros han sido capaces de entender nunca a este país y a cada una de sus partes.

El problema es que no todas las comunidades sienten su diferente personalidad con la misma intensidad, ni la defienden con el mismo vigor. Y, tratándose de Aragón, ese es un importante hándicap.

De 615 parlamentarios nacionales, entre diputados y senadores, sólo uno, el senador Sánchez Garnica, del PAR, es aragonesista. En las Cortes de Aragón, atendiendo a lo que se ve y se oye, pocos aragonesistas debe haber. En nuestro modelo de Estado, un cierto aragonesismo es importante para ver las cosas atendiendo a nuestras capacidades y aspiraciones. Sin aragonesismo, Aragón se convierte en una comunidad del montón, por muchos esfuerzos en solitario que haga el presidente. (Tendrá que ir pensando en sacarnos del pelotón, al menos formalmente, anticipando las elecciones autonómicas en su momento)

Los pactos políticos, económicos y sociales, incluyendo los de la lucha contra el covid-19 logrados en Aragón con participación de partidos, empresarios y sindicatos, multiplicarían sus resultados por cuatro si existiera un aragonesismo militante y moderado y, por tanto, determinante como lo fue el PAR en otras épocas. «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo».

Mover el mundo

Si, para mover el mundo no es suficiente con los tres diputados que decidieron el actual Gobierno de Aragón, la vicepresidencia del ejecutivo, la consejería de Industria, incluyendo las competencias en comercio y turismo, la energía y el IAF y la dirección de desarrollo estatutario y fondos europeos. ¿Qué más se necesita?

Así, desde una perspectiva aragonesista y a modo de ejemplo, la única solución a la despoblación es el desarrollo del modelo comarcal; la armonización de impuestos se logrará suprimiendo los de patrimonio y sucesiones, por injustos y expropiatorios; el art. 108 del estatuto, acuerdo económico-financiero con el Estado, es la puerta de entrada a un modelo de financiación más justo para Aragón (aunque a algunos les parezca ciencia ficción); y dadas las competencias y las consecuencias de la covid-19, tenemos la obligación de indemnizar a nuestros comerciantes y empresas turísticas con prontitud y largueza; etc.

Si al aragonesismo le sumamos su posición en el centro político y su contrastada capacidad para los pactos, hasta sería posible «convertir» en aragonesistas a las derechas e izquierdas moderadas. Este sería el único camino para lograr que Aragón crezca en España. Una política aragonesista, pactada y desarrollada en Aragón, con proyección hacia España y basada en nuestras capacidades, que son muchas y en el Estatuto de Autonomía de 2007, nos colocaría en una situación muy por encima de la media española.

Aunque la estabilidad institucional siempre es un valor político necesario, no es suficiente para lograr los objetivos políticos, sociales y económicos que una comunidad histórica como Aragón tiene la obligación y el derecho a conseguir. Por mucha pandemia que estemos sufriendo hay tiempo para todo. El problema es la «apolítica», la indolencia, la desgana. La comodidad es la muerte de las ilusiones.

Y para terminar: ¡Viva la Constitución del 78, en su 42 aniversario! Y su hijuela, el Estatuto de Aragón.