Del fundamental aspecto sanitario y su enseñanza, que siempre han sido y deben seguir siendo universitarios, no encontramos referencia alguna en los diferentes modelos de improvisación universitaria que se han planteado a lo largo de los últimos 40 años; ni por parte del gobierno, ni de los que critican a favor y, por supuesto, mucho menos de los que ahora ocupan cargos de responsabilidad académica en las universidades y en los gobiernos nacional y autonómicos. Tampoco en los programas de los últimos rectorables. Todos tienen la coartada viral. Qué pasará si se les desmonta la reserva creada para ellos casi en exclusividad durante 40 años de generosa mediocridad.

La universidad moderna debe abrirse a todos aquellos que sean capaces de aportar algún aspecto del conocimiento científico. El conocimiento no es democrático, es exigente y requiere mucho esfuerzo, de tal manera que todo el mundo no puede o no tiene la misma capacidad de aprendizaje. Debe incluir normas para su adquisición y transmisión, nunca restrictivas, que permitan la adaptación de los conocimientos y de las personas que los sustentan y los transmiten, a los cambios necesarios tecnológicos para el progreso de toda sociedad científica y académica para que produzca los beneficios que la sociedad civil demande en cada momento.

Una política universitaria que mantenga la endogamia; la selección del profesorado se haga sin un control del dominio y conocimiento de la materia a enseñar; sin diseño adecuado de la carrera profesional; sin una selección adecuada y justa de los alumnos; sin la representación adecuada, no controlada, en los órganos de representación y decisión de la universidad; sin que se convoquen de forma aséptica las plazas de profesores, en sus diferentes categorías, impidiendo el bloqueo de su convocatoria, hasta que el candidato/a haya obtenido, a través de su máximo responsable docente, la certeza por la cual el tribunal ha sido designado para el afortunado elegido, etc. Esta nueva norma universitaria podrá ser mas o menos consensuada, pero no cubrirá las necesidades demandadas por una universidad en reconocida crisis y muy lejos de los objetivos europeos. Todo ello acompañado de un generoso presupuesto económico. En palabras de Goethe , «la ley puede ser muy poderosa, pero más poderosa es la necesidad de cambio». Esta necesidad, según Cervantes , debe ser guía para utilizar el ingenio.

Mientras puedan formar parte de tribunales miembros que luego van a ser subordinados de los que obtenga la plaza. Mientras puedan formar parte de tribunales miembros con menor categoría académica que el candidato, en mi opinión, eso es ciencia ficción. No se debe denominar, en este caso, a lo que resulte de eso que pretenden sea un consenso de innovación universitaria. Ni la ciencia, ni la enseñanza, ni la promoción del profesorado, ni la selección de los alumnos, necesitan consenso. Necesitan una continua adaptación a una intensa y rápida evolución, obligada y necesaria, así como a unos niveles de calidad y dedicación cada vez más exigentes y exigibles, en una sociedad que pretende entrar con pleno derecho en todos y cada uno de los actuales avances de las letras, las ciencias, el arte y la tecnología.

Si esto es así, aquellos que reclaman mayor autonomía universitaria y mayor libertad de cátedra la encontrarán y podrán hacer uso de ella si sus capacidades y continuo reciclaje son adecuados para mantener el avance y ritmo evolutivo del conocimiento. Si no, tendrán que recurrir a pataletas académicas o puestos administrativos, donde como ahora, esconden sus limitaciones, bajo el birrete y la muceta. H