Ningún otro Gobierno de la UE, me atrevería a decir que ningún otro Gobierno democrático del mundo, ha hecho sonar los clarines ni redoblado tanto los tambores como este con las vacunas. Ninguno ha sido tan absolutamente ridículo en las pretensiones publicitarias, hasta el punto de parecer que el suministro del fármaco era algo exclusivo de este país y fruto de la acción directa de la Moncloa. El show montado ha sido de órdago pero la grosería retórica resulta por el momento incapaz de ocultar que la lentitud en la vacunación es aún superior a la euforia propagandística. Si las cosas van bien, según se ha dicho, para primavera solo estará supuestamente inmunizado el 5% de los españoles. A mí este porcentaje me parece lo suficientemente bajo como para lanzar la campanas al vuelo y volver de nuevo al mantra practicado por Sánchez en el verano de que el virus ya ha sido derrotado y que este es el principio del fin. Del soneto prefiero ahorrarme el estrambote.

Disponer de una vacuna es un hecho felizmente esperanzador, pero la función publicitaria en torno a ella, viniendo de quien viene, y conociendo hasta ahora como ha sido de eficaz la gestión de la pandemia, invita a cruzar los dedos, no solo de las manos sino a intentarlo incluso con los de los pies. En la política actual el éxito hay que atraparlo al vuelo para rentabilizarlo antes de que se convierta en fracaso. Este Gobierno, que utiliza el telediario igual que Franco el No-Do, sabe cómo hacer este tipo de cosas para que el rebaño, hundido en la desdicha, se ilusione con la esperanza de la inmunidad. Como demostró Pedro Sánchez con su balance idílico de un año terrible, la propaganda es lo primero, lo de menos es la gestión, que apenas contabiliza cuando la opinión pública se halla deprimida y a merced del agitprop más grotesco.