Estamos en un mundo cambiante, no solo por la pandemia que cuestiona nuestro modo de vivir sino por la nueva forma de entender el mundo que no podemos ignorar, y las relaciones personales han creado nuevos escenarios, siendo muchas las gentes que se ven obligadas a abandonar su tierra natal en busca de sustento. Por ello, el patrimonio de las sociedades tiende a desaparecer, el pasado pierde valor, se desprecia el conocimiento alegando que en Internet está todo, sin reconocer que para buscar hace falta saber buscar y luego saber valorar lo encontrado. Se pierden muchos saberes, que no son «el cuento de la vieja» pues son el resultado de siglos de experiencia nacida de la observación, de una visión empírica que nos aporta muchas cosas positivas a nivel global pero que, a nivel local, ha permitido que las sociedades se beneficien de esa sabiduría y hayan podido crecer en sintonía con el medio natural.

Hoy nadie discute que nuestros niños deben conocer el entorno en el que viven, con su flora y su fauna, sintiendo los olores de las plantas del monte… , descubriendo cuántos tipos de miel hay o cómo hacer las cosas: desde amasar el pan hasta hacer el vino. Todo, incluso descubrir las filas de hormigas acarreando víveres para el invierno, encierra una enseñanza necesaria para la vida, en la que hay un plano de conocimientos y otro de actitudes, una dimensión de información y una realidad de formación. Un espacio de encuentro de saberes del que nace una mayor cercanía, un sentido más real de la vida que asienta valores como la solidaridad, estabilidad o tolerancia.

En este proceso es imprescindible contar con las personas mayores, con la generación que atesora la información del patrimonio cultural colectivo y está dispuesta a trasmitirla a otras generaciones. Por eso, es tranquilizador descubrir que nuestra Consejería de Educación tiene un Centro Aragonés de Referencia para la Equidad y la Innovación Dependiente, encargado de poner en marcha programas que buscan acercar personas y conocimientos como camino de seguir abiertos a ese mundo globalizado. Y es agradable descubrir que en lugares como Almonacid de la Sierra se mantienen estas iniciativas desde el 2015 hasta hoy, cuando deseamos que la normalidad vuelva a hacer posible esa escuela verdaderamente útil, comprometida con el territorio y las gentes que lo viven. Estos proyectos confirman la bondad de la Escuela como integradora de ancianos y jóvenes, experiencia ya consolidada en otros países europeos.

Hace unos meses estuve con uno de esos voluntarios que se dedican a colaborar con los maestros en acercar a niños y niñas del lugar a los campos que les rodean, a las industrias que mantienen su economía, a las costumbres que los identifican. José Luis López Casamayor contaba la emoción de verlos descubrir lo cercano, vivir esa capacidad de aprendizaje y de empatía era uno de los regalos más grandes que había recibido en sus más de setenta años. Y disfruté oyéndole contar cómo nacieron estos grupos interactivos con los maestros doña Laura y don Jesús, con su compañero Manuel, con la colaboración del ayuntamiento y de los vecinos dispuestos a ofrecer a los niños chocolate, magdalenas, la contemplación de un caballo, almendras tostadas ante ellos en el horno de Luis Ángel, o mil cosas que les harán aprender a vivir con autonomía con lo que está al alcance de sus manos.

Este es un proyecto a consolidar en otros sitios. Todos los aragoneses debemos ponernos al servicio de la escuela y de sus responsables, nadie debe dejar de trasmitir sus conocimientos heredados por mínimos que sean. Una de las actividades que se organizan es una excursión que lleva a los colegiales de Almonacid y a los de Alpartir -separados por unos cinco kilómetros- a encontrarse a mitad del camino y estrechar lazos almorzando juntos. Rotas las viejas barreras del localismo, maestros, alumnos y voluntarios de los dos pueblos, van y vienen andando, observando el mundo que les rodea, aprendiendo a sentirse parte de una comunidad. Al volver a la escuela les proyectan un documental de unos niños africanos que tienen un largo camino para ir a su escuela. No se puede pedir más.

Este es el camino a seguir, sobre todo si contamos con personas como José Luis - por añadidura juez de Paz- que nos trasmiten esa pasión por contribuir a que el mundo de mañana sea más natural, más consciente de su compromiso con nuestras tierras y nuestras gentes. En estos grupos interactivos los más ancianos enseñan a los más jóvenes a sentirse herederos de un legado que trasciende culturas y paisajes, a vivir ese universalismo aragonés que siempre nos permitió sentirnos humanos y libres. Y lo enseñan a todos los niños y niñas de Infantil y Primaria, vengan de donde vengan.