Cuando uno intenta repetir dos veces la misma jugada se le ve el plumero. Ocurrió cuando el alcalde Azcón ganó las elecciones y, lejos de aprobar un presupuesto en tiempo récord, prefirió jugar a seguir siendo oposición: «Qué mal me han dejado todo», que si «el Ayuntamiento no tiene dinero»… Situaciones así se las encuentra cualquier Gobierno que se estrena en el cargo, como nos ocurrió al Gobierno de Zaragoza en Común en un contexto de austeridad, sin capacidad de autofinanciación de los ayuntamientos y arrastrando deuda, en nuestro caso como la de la Expo, el tranvía o de sentencias judiciales. ¡Nada nuevo, señores del PP!

Como de echar balones fuera se trata, ahora la queja se centra en el Gobierno Central y los fondos previstos para los ayuntamientos...y así, de brazos cruzados, somos junto a Málaga las únicas grandes ciudades del país sin presupuesto. Ahora el alcalde Azcón dice que se ha hecho municipalista, aunque no se le oye hablar de reforma constitucional que atribuya más autonomía para las entidades locales; tanto en el ámbito político, con clara delimitación de competencias; como en el ámbito financiero, con una autonomía en materia de recaudación de impuestos para poder aportar un mínimo de certeza acerca de los ingresos con los que se va a contar de un año para otro.

A este peligroso juego de cuanto peor mejor, siguiendo la máxima de Trump, juega Azcón: a la provocación, crispación, enfrentamiento como forma de no perder ese electorado que se le va hacia Vox; es el caso de los ataques a la Igualdad con las cesiones a los ultraderechistas, ataques a la ley Celaá o las obscenas subvenciones a la privada-concertada (de 500.000 euros este año).

Es también, aprovechando la pandemia, el deterioro creciente de nuestras instituciones democráticas, propiciando desafección hacia ellas: opacidad, incumplimientos de la ley de transparencia y desprecio a cualquier fórmula de participación política, sean presupuestos participativos, procesos comunitarios de participación vecinal, o continuar con el fructífero trabajo (por lo que tiene de colaboración entre técnicos, tejido vecinal y expertos) de los planes de barrio, como instrumento de definición estratégica de las necesidades en materia de equipamientos, sus prioridades…

Hoy asistimos a esa doble versión de la política en manos de fuerzas ultraconservadoras, con el irresponsable retraso en la aprobación de un presupuesto, frenando las posibilidades de mejora de la ciudad. Un retraso que también impide a la oposición conocer las prioridades del Gobierno municipal a la hora de afrontar los estragos causados por la pandemia en el tejido social y económico. Aunque el dinero siempre sea insuficiente, haberlo lo hay; hemos insistido en utilizar el remanente de Tesorería, de más de 30 millones de euros, para ayudas directas a los autónomos/as, pequeño comercio, hostelería, empresas culturales o el taxi. El alcalde Azcón intenta rascar todas las fotos posibles con los gremios, pero la realidad es que el dinero va a parar a las mismas manos: las grandes contratas y multinacionales que cuentan con mejores mecanismos para abordar los problemas de liquidez.

El gobierno de Azcón es bastante predecible: estancados en políticas económicas fracasadas propias del pasado siglo, de los tiempos de Aznar. Más ladrillo, especulación inmobiliaria, la construcción como motor de la economía y los ayuntamientos a vender suelo, privatizar servicios favoreciendo que las grandes contratas sean quienes gestionen, con escaso control, servicios básicos para la ciudadanía: transporte, limpieza, parques y jardines…, e incluso el acceso a los servicios sociales. Esta no es la política que requieren ciudades como la nuestra en pleno siglo XXI y menos con este futuro tan incierto.

Zaragoza necesita que su ayuntamiento sea un verdadero motor para la economía de todas las empresas, las más pequeñas, para un tejido cultural que agoniza, ser soporte para las familias más vulnerables a esta tremenda crisis. Debe atender la emergencia climática, defender lo público y recuperar la participación como un claro vector estratégico, escuchando las necesidades reales de la gente. Hoy la democracia en cualquier país requiere de la savia del pueblo, de los ciudadanos de a pie, de la gente común. Requiere de ilusión, de empuje, de liderazgo y de medidas valientes que afronten el futuro con determinación pensando en la comunidad y sobre todo en nuestra juventud y su derecho a enmendar todo aquello que no estamos haciendo bien.