Lo primero que delata la gestión territorial de la pandemia es la falta de criterio de los que nos gobiernan y su incapacidad para tomar medidas efectivas y eficientes para combatir a un enemigo impersonal, amorfo y con frecuencia indetectable hasta que abre brecha en tus defensas. Al contrario, cada ataque al virus, que ha ido siempre por delante de los dirigentes y de los ciudadanos, como si extendiera su territorio dirigido por una inteligencia superior a la del común, se resuelve a palos de ciego: ahora cerramos la hostelería, ahora la abrimos pero poco, que es como un cierre encubierto que condena al sector; ahora liquidamos las tiendas, ahora abrimos para que entren los clientes en tropel a por los regalos navideños; ahora decretamos cierres perimetrales y los suspendemos porque el enemigo está dentro y creciendo. Con frecuencia parece que los que mandan disparan sobre nosotros, los enclaustrados, seguramente por impericia en las estrategias principales del arte de la guerra. Si hubieran leído a Sun Tzu sabrían que las batallas se ganan creando confusión en el enemigo. Justamente como hace el covid, aliado de las farmacéuticas que fabrican ansiolíticos. Para hacer frente a este pandemonio inesperado e imprevisible faltan políticos de mirada lejana, capaces de dibujar escenarios a largo plazo y diseñar medidas a corto y medio para encaminar de manera correcta y eficiente el futuro. El «cortoplacismo» se ha instalado en la política en España, y ha logrado cortocircuitarla. Las decisiones importantes quedan así en manos de dirigentes de corto vuelo, justo en un momento en que la realidad los exige de talla grande. Y resulta escaso consuelo que en el resto de Europa el escenario sea parecido.