Esta es la tercera vez que escribo sobre el virus en este periódico. Si releen --¡qué osadía la mía!-- lo publicado el 15 de noviembre y el 10 de enero pasados, comprobarán que, visto lo visto, no iba tan desencaminado en mis valoraciones y razonamientos. En el primero comparaba la lucha contra el virus con una forma de tercera guerra mundial que, por ahora, estamos perdiendo por hacer consideraciones y tomar decisiones más propias de la guerra de Gila. En el segundo ponía en duda que el año 2021 fuera un feliz año, como todos deseábamos en Navidad. Ni la sanidad, ni la economía lo harán posible, salvo que cambien mucho las cosas.

Desde hace un año se han cometido numerosos errores, se ha improvisado demasiado, se han tomado tantas decisiones absurdas y dicho tantas medias verdades, que bastaría con ir a las hemerotecas para constatarlo fácilmente. La pandemia y sus tratamientos son motivo de conversaciones, de tertulias, de encuentros callejeros y familiares, cuando nos dejan. Cada uno tiene su opinión sobre lo sucedido durante el año más largo de nuestra vida. Pero lo más cierto es que el virus anda a sus anchas por todo el territorio. Ahora con variantes añadidas.

Las autoridades sanitarias centralizadas parecen limitar su función al conteo de fallecidos, incidencia acumulada, nivel de ocupación de las ucis, PCR realizados, contagios por cada cien mil habitantes, y a indicar cual es la mascarilla más recomendable según su precio y el momento. Parapetados tras cifras y curvas, no pasan de dar algunos consejos parecidos a los que se dieron hace cien años para la llamada gripe española: higiene y distancia. Acompañando todo esto con un espectáculo político que este país no se merece. Vodevil político y territorial, con grave daño a la idea del Estado de las autonomías que, en mi opinión, es el único que está funcionando, a pesar de la falta de algunas competencias. Se está utilizando la pandemia para la lucha partidista en todos los frentes. Lo que demuestra que la covid no es la única enfermedad que hay que vencer en nuestro país.

Sin una autoridad reconocida

En el Gobierno central, más allá de algunos contables, no existe una autoridad sanitaria y científica reconocida por todos, solvente, creíble y de prestigio --a pesar de haber en España muchas individualidades extraordinarias-- como lo demuestra el espectáculo que todos los días vemos y oímos en los medios de comunicación. «Es mejor ser loado de los pocos sabios que burlado de los muchos necios». Es evidente que, si tal autoridad hubiera existido, los españoles nos habríamos confinado en nuestras casas desde el puente de la Constitución hasta Reyes y hoy estaríamos con muchos menos contagios por 100.000 habitantes, con menos fallecidos y con un plan de vacunación --sanitario y logístico-- hasta ahora inexistente, por muchas películas que nos cuenten. Un plan donde destaca más la picaresca que la eficacia. Sería deseable un plan eficaz, explicable y acompañado con unas buenas dosis de optimismo del que tan necesitados estamos los españoles. El problema es que, en este país, priman siempre los intereses y el amor propio de cada partido sobre el interés general. Hasta cuando pactan, lo hacen siempre en su exclusivo beneficio (cuestión de imagen). Algunos antiguos partidos tienen que aprender que no todo lo que les conviene en exclusiva a ellos es necesariamente conveniente para los ciudadanos.

En toda esta maraña tejida alrededor de la pandemia aparece una cuestión fundamental: los gravísimos efectos económicos de la enfermedad, con mayores tasas de paro, cierre de empresas y pérdida de tejido productivo, especialmente en sectores que representan un alto porcentaje del PIB nacional. Esta es la razón que explica porqué la crisis económica en España será peor que la de otros países más industrializados. En anteriores crisis la caída de la economía española ha sido mayor que en el resto de Europa, pero la incidencia sobre el turismo y el comercio, en esta ocasión, puede provocar un efecto devastador.

Medidas gubernativas

Salvando la política de ertes, a pesar de los absurdos retrasos en su gestión, casi nada se ha hecho --lo realizado resulta ridículo-- para garantizar compensaciones económicas a quienes han sufrido directamente los efectos de las medidas gubernativas de cierre de locales, horarios reducidos, toques de queda, etc. En consecuencia, si queremos hacer compatibles las medidas sanitarias y las económicas, no hay más remedio que acelerar la vacunación e indemnizar a los perjudicados directamente por la pandemia.

Habrá que reconducir presupuestos hacia fines más urgentes, imaginar soluciones más comprometidas, acelerar plazos, facilitar créditos, etc. Si ningún servidor público ha perdido su empleo ni su sueldo, en todo o en parte, por la pandemia, no es de recibo que lo pierdan todos los que han tenido que cerrar por decisiones de las administraciones, sin culpa por su parte.

Reiterando lo que dije el 15 de noviembre, en todas las guerras, incluso cuando el enemigo es un virus, hay que hablar de estrategia, de combate, de la defensa, de mandos eficientes, de las fuerzas armadas --aunque sea con respiradores y PCR-- de las líneas de comunicación y de la logística, que resulta más vital que nunca. Además, como advertía el general prusiano Carl Von Clausewitz, la guerra es también un instrumento de la política. ¿Les suena?