Escondidas por las curvas del cerebro están las evocaciones que entre imaginación y memoria se han ido grabando con los años, creando mitos y leyendas. Algunas, más tarde se hicieron realidad, dándome las mismas o parecidas sensaciones a las que percibí en mi infancia, con esa inocencia que la picardía escondida impide caer en la ingenuidad del cándido que había hecho novillos en el colegio: «Pero que sinvergüenza eres». Ahora si no practicas la sinvergonzonería, vocablo por otro lado casi olvidado, no tienes futuro.

Cada día que abres las páginas de un medio de información en papel o digital, o un libro, tropiezas con un increíble número de neologismos. Balconing, cheater, ciberbullying, friki, selfie, tuit, eludiendo u olvidando nuestra rico vocabulario. En nuestro universal lenguaje, el mismo vocablo expresado en el momento adecuado y con la entonación apropiada sirve para ilustrar o definir un proceso, un individuo, un hecho, una circunstancia, una acción, un comportamiento, etc. etc. Un sinvergüenza puede actuar sin vergüenza petrificando su cara sin inmutarse. Palabra única que asocia varios conceptos: pícaro, rufián, alcahuete, correveidile, gorrón, inmoderado, vicioso, etc. etc.. «¡Si estuviera aquí tu padre ya te ibas a enterar tú, sinvergüenza»! Cuando el sinvergüenza pertenece al Gobierno, al partido político o a cualquiera de las múltiples ventanillas de la Administración, la relajación coaligada a la falta de control democrático beneficia al sinvergüenza que tiene además, oportunidades de quedar impune.

En la pandemización que estamos padeciendo, que por incompetencia de los responsables de su gestión cada vez presenta más neocepas en brotes y olas mortales. Entre la química genómica del brote y el intenso oleaje cada vez mas crecido, descubrimos, sin esforzarnos, en todos los perimetrajes; autonómicos, urbanos o rurales durante los citados brotes u olas, comparecientes sinvergüenzas que, sin sentir vergüenza de ser perjuros constitucionales, muestran su inquebrantable devoción y dependencia agradecida a los grandes y patológicos mitómanos de la coalición gubernamental. Brotes y oleaje favorecidos por la demostrada torpeza e ignorancia de gobernantes, defensores de la patria, educadores, neosanitarios políticos, sindicalistas, religiosos, aplaudidores, rastreadores, negacionistas, feminoides, feministas, LGTB, medios de información, redes sociales y , como se decía en mi añorada juventud, personal de administración y servicios.

Conjuntos literario vocal, que día a día sin recato ni vergüenza, pero como promocionados sinvergüenzas entonan las inventadas gestas de confesos y sinvergüenzas patrocinadores. Falsedades difundidas y pregonadas aireando falsos mitos disfrazados de logros socio-sanitarios que venderán mas tarde a los incautos aplaudidores y desencantados votantes. Un político que además es gobernante con responsabilidades socio-sanitarias no puede actuar alocadamente cual tarambana, careciendo, como ha quedado demostrado, de formación, información, juicio, rectitud, honradez y dignidad adecuadas, incluyendo en ello su juvenil etapa, donde la irreflexión nunca debe tener, disculpa posible. La sensatez es responsabilidad, no es engaño, ni picardía, ni vileza ni degradación de las ideas, y menos traición con alevosía.

Circunstancia que, desde antaño, se llama y se sigue llamando sinvergonzonería, en este caso político-sanitaria, acompañada de insensatez , imprudencia, ligereza y frivolidad desde que el SARS-2, causante de esta pandemia, comenzó su tétrica actividad. Ni las comparecencias informativas, ni las medidas restrictivas de derechos sociales, laborales y culturales impuestas en los brotes y olas del covid-19 han inspirado ni creado confianza y credibilidad, lo que personifica una grave insensatez, un desatino gubernamental que no debe quedar impune.