Si la princesa Leonor se va a estudiar a Gales, si la televisión pública estatal emite un rótulo más que desafortunado, si Salvador Illa se ha hecho la PCR antes de entrar a un debate, si una asesora de la ministra Montero hace funciones de niñera, y así la actualidad se sucede en una serie de anécdotas elevadas a la categoría de esencial y en una espiral de acción-reacción, de vómito de emociones.

Nos enganchamos más rápidamente a cualquiera de estos titulares que al acuerdo entre el Ministerio de Trabajo y los agentes sociales en considerar a los repartidores como asalariados. Frente a las primeras noticias nuestra reacción es inmediata, no necesitamos tiempo para elaborar una respuesta ni siquiera para ampliar la información, nuestro posicionamiento es a favor o en contra. Nos convierte en seres sencillos, dicotómicos, obligados a posicionarnos ante las decenas de titulares diarios que vamos acumulando como el escarabajo en que se convierte Gregorio Samsa, distorsionando su verdadera identidad. Nuestra esencia como seres deliberativos no es esa. Las prisas o las intenciones de otros no nos deben llevar a ser meros transmisores de su opinión.

La actitud crítica es uno de los mástiles a los que agarrarnos en época de verdades reveladas y debilidad de las certezas comprobables. Pero eso, estimado lector, solo se consigue con tiempo y calma. En esa lucha contracorriente, que aleja a los inflamadores profesionales o interesados debemos persistir. Los que veíamos en la contención y la insatisfacción de nuestros deseos recuerdos de un pasado gris del que queríamos escapar, poco esperábamos que fueran a ser herramientas indispensables para sobrevivir por encima del ruido y la bronca.

La pandemia que nos obligó en un primer momento a un parón que llenamos de ocupaciones también anecdóticas para dejar transcurrir los días nos ha convertido en ciudadanos más irascibles, más desconfiados y con un carácter reactivo. El aislamiento limita el carácter propositivo y disuelve los lazos de ayuda mutua que hacen más soportable la existencia. La irracionalidad de los mensajes sobre nuestra autosuficiencia económica y el oneroso expolio de contribuir al bien común solo pueden amplificarse en una sociedad atropellada, enfadada y vulnerable como nos encontramos en este preciso momento. En la peor de las situaciones hay que retomar la calma, la argumentación, revestirnos de ese personaje que nos inculcaron en la infancia para no hacer del odio la peor de las excusas para no salir de esta.