Son las personas, individualmente consideradas y dotadas de inteligencia, las que cambian las cosas, desarrollan ideas, innovan, inventan, resuelven problemas, coordinan, imaginan. Son las personas, las que lideran equipos, animan a la gente, transmiten conocimientos. Sin personas capaces y comprometidas no hay liderazgos. Sin liderazgos el mundo se convierte en una masa errática que va dando bandazos de derecha a izquierda. Y esto sucede así cualquiera que sea la dimensión de la organización de la que se trate: el mundo, un país, una región, un pueblo, un partido político. Incluso una familia.

Cualquier tipo de organización es un 1 seguido de ceros. Sin el 1 no hay nada. Sin los ceros no hay grandeza. Un país, una región o un partido sin un líder no tiene futuro. Porque no dispone de ningún plan y no sabe hacia dónde se dirige. No hay tracción ni dirección. Sin líderes se imponen los acontecimientos o las circunstancias sobre las personas. O priman los intereses particulares. Por eso, los modelos asamblearios nunca funcionan bien. Los ceros son incapaces de ponerse de acuerdo, de organizarse, por no haber un interés común. Por tanto, siempre resultará mejor, si hablamos de política, elegir democráticamente entre todos a un líder. Solo así se puede hacer historia, dejar rastro y avanzar hacia algún lugar.

Líder con capacidad

Si cualquier tipo de organización quiere salir de una crisis o del pozo donde consume sus días, o simplemente desarrollarse, no tiene más remedio que dar con un líder al que se le presuma capacidad bastante y un futuro seguro por delante. Si, además, puede presumir de empatía, mejor. En ese trance nadie tiene derecho a estorbar o impedir la irrupción del líder, cuando más necesitados estamos de él.

Los liderazgos --como los santos en la Edad Media-- surgen por aclamación, por su propio peso. No es suficiente la participación de los medios de comunicación. Los «eligen» los mismos que inhabilitan a los que no reúnen las condiciones para serlo. Los «ceros» no son tontos. Son redondos, ruedan y avanzan. Se mueven, pero necesitan al que tire de ellos y los dirija. Necesitan un proyecto común que les guíe.

No andamos sobrados de líderes en nuestro país. Tampoco en Aragón. Por eso nos sucede en España lo que, por desgracia, todos conocemos. Por ejemplo: hacemos frente al covid a trancas y barrancas. Si las vacunas constituyen la única solución, ¿porqué Israel ha vacunado al 70% de su población y España apenas al 2%? Ya conozco la respuesta, pero no puedo aceptar el resultado. ¿Quién es el responsable de cientos de muertos por no haber confinado España en el mes de diciembre?

También conozco la respuesta, pero nadie asumirá responsabilidades. Como tampoco las asumirán quienes no han dado una solución económica a las pérdidas de once puntos del PIB en el turismo, vía indemnizaciones. Estos son tres ejemplos de desechos o consecuencias directas de la falta de liderazgo.

La «rebelión de las masas», es decir, de los «ceros», no es otra cosa que encontrar en cada tiempo y para cada espacio, el 1 que los dirija. Sin compromiso generoso con la sociedad, sin participación política de los mejores, es imposible disponer de reservas que permitan la aparición de liderazgos. Y así nos va. A salto de mata, viendo como unos hacen el ridículo, sin ser conscientes de ello, porque ni para eso están preparados, y otros andan con pretensiones absurdas de liderazgo.

La actual situación de nuestro mundo, desde el más grande al más pequeño, en nuestros peores momentos, necesita azuzar a las masas para que sientan la necesidad de líderes. Para que no se encastillen en su exclusiva individualidad, por sacarnos de cada una de las crisis que sufrimos, y cuyo final no vemos cercano. No sería esta, floja labor para los medios de comunicación y para las organizaciones políticas, económicas y sociales que tienen en sus manos sintonizar con las bases ciudadanas. El problema es que, mientras los populismos campen a sus anchas por el mundo, los potenciales líderes no se atreverán a salir a la calle. Como con el covid.