Durante estos meses, las esperanzas de acabar con la pandemia del COVID-19 se encuentran en el plan de vacunación. Desde las altas instancias del Gobierno de Aragón se califica a la vacunación como el principio del final de la pandemia. Las diversas medidas sanitarias a las que ya estamos acostumbradas — mascarilla, distanciamiento, cierres perimetrales — no van a desaparecer de un día para otro, pero combinadas con la vacuna se confía en que tengan un efecto definitivo. Todas estas medidas guardan una característica en común: son propias de un enfoque de medicina de emergencia una vez la enfermedad ya se ha extendido. Aunque nadie duda de lo necesarias que son a estas alturas de la pandemia, limitarse a ellas supone observar solo la punta del iceberg de la propagación de este tipo enfermedades. Para reducir las posibilidades de que una pandemia como la actual vuelva a suceder en un futuro cercano, debemos indagar en las causas estructurales que facilitan el surgimiento de las mismas. Se trata de la aplicación del principio de precaución a nuestro sistema de salud y al conjunto de las decisiones políticas y económicas que lo conciernen.

Se ha hablado bastante — aunque no suficiente — de las consecuencias desastrosas para el territorio de las explotaciones de porcino, como pueden ser la contaminación de las aguas o la despoblación. Aquí nos vamos a enfocar en cómo la estructura y el funcionamiento de la industria del porcino en Aragón reúne unas características clave para fomentar la aparición y expansión de nuevas pandemias. Esto no quiere decir que un nuevo virus vaya a aparecer mañana en una granja de cerdos, pero sí que significa que el modelo aquí desarrollado puede jugar un papel importante en aumentar el riesgo de que eso ocurra. Lo hace principalmente a través de tres mecanismos: 1. la deforestación generada por los piensos animales; 2. el modelo de producción de ganadería intensiva; 3. El modelo de funcionamiento y condiciones laborales de los macro-mataderos.

Deforestación: Cerdos aragoneses, soja brasileña

La aparición de pandemias se encuentra conectada de forma directa con la pérdida de biodiversidad en los ecosistemas. Esto se da como consecuencia de los cambios de uso del suelo y la intensificación de la agricultura. Se estrecha el contacto entre la vida silvestre, el ganado, los patógenos y las personas, aumentando el riesgo de que alguno de los 827.000 virus desconocidos con capacidad de contagiar a las personas se convierta en una nueva pandemia. Estas eran las afirmaciones del IPBES, una plataforma científica vinculada a la ONU, en un informe publicado a finales de octubre del pasado año. Este informe lo confirmaba sin dejar lugar a dudas: los procesos de deforestación impulsados por la agroindustria se encuentran vinculados con la aparición de nuevos brotes pandémicos. Sin embargo, cuando hablamos de deforestación nos parece que se trata de algo muy lejano. Y en gran parte es así, pues los países que más destacan por grandes procesos de deforestación son algunos como Indonesia, Tanzania o Brasil. Pero nadie decide talar grandes superficies forestales porque le apetezca. Se hace como consecuencia de la extensión de actividades de agricultura intensiva, muchas veces dominadas por grandes empresas multinacionales. Ese es justamente el caso de Brasil, donde el cultivo intensivo de soja para la exportación es uno de los impulsores más fuertes de la deforestación que sufren sus bosques.

¿Qué tiene que ver la industria porcina de Aragón con todo esto? Pues mucho. El nexo entre el porcino aragonés y el riesgo de la aparición de nuevas pandemias se encuentra en los piensos importados y consumidos en el sector. La transformación que sufrió el modelo ganadero de nuestro territorio en la segunda mitad del siglo XX se caracterizó porque el alimento de las explotaciones ya no se producía en los alrededores, sino que se podía comprar a quienes lo estaban cultivando a miles de kilómetros. A esto se le une la introducción de piensos basados en proteína vegetal para lograr un engorde y crecimiento más rápido. De esta forma, estas transformaciones junto con una mayor industrialización y crecimiento del sector porcino colaboran a aumentar la presión de un modelo de agricultura intensiva de soja en países como Brasil. Un artículo publicado en la prestigiosa revista científica Science en julio de 2020 estimaba que el 20% de la soja importada por Europa desde Brasil podría estar relacionado con procesos de deforestación ilegal. Cabe preguntarse entonces cuál es la parcela de responsabilidad que tiene la industria porcina de Aragón al respecto.

En 2020 se importaron a España un total de 2.885 mil toneladas de soja, de las cuales más del 70% tienen su origen en Brasil. No existen datos públicos concretos del reparto del consumo de esta soja para el sector porcino, pero podemos hacer unas aproximaciones que nos acercan bastante. Las explotaciones porcinas del estado español suponen el 21,1 % del censo de cerdos de la UE-28, mientras que el sector en Aragón acumula el 26 % del total de cerdos del estado español. Las importaciones de soja de la Unión Europea fueron de 33 millones de toneladas en 2020, de las cuales un 87 % se destinó a alimento para animales. Según las estimaciones, este reparto es de un 50% para aves de corral, un 24% para cerdos, un 16% para vacas lecheras y un 7% para vacuno de carne. Por lo tanto, podemos afirmar que la cantidad de soja consumida por el sector porcino de Aragón se encuentra en torno a las 378 mil toneladas de soja. De las cuales, podemos saber que aproximadamente 269 mil toneladas provienen de Brasil.

Gracias a los datos recopilados vía satélite por el observatorio TRASE, podemos conocer cuáles son las empresas que están detrás del comercio de estas materias primas y cuáles son las regiones concretas de origen. De esta forma, sabemos que Cargill, Bunge y Amaggi son responsables del 80% de las importaciones de soja desde Brasil. Las dos primeras, son enormes multinacionales responsables de buena parte de la deforestación y con un largo historial de malas prácticas sobre el territorio. La tercera, es la empresa de Blairo Maggi, el cacique y ex gobernador del estado de Mato Grosso apodado como “motosierra de oro”, lo cual deja pocas dudas sobre el carácter de su negocio. En el caso de Cargill, no sólo está presente en la exportación e importación de la soja, sino que también encontramos cómo extiende su negocio en Aragón. Este es el caso de la ampliación de planta de piensos de Mequinenza, que Cargill llevó a cabo en 2018 con una inversión de 20 millones. Entre los motivos para la elección de la ubicación destacaba la cercanía a las explotaciones de un sector porcino aragonés en continuo crecimiento. Con respecto a la ocupación de tierra en Brasil por la soja consumida por el porcino aragonés, nos encontramos con que la cifra ascendería hasta los 7430 kilómetros cuadrados. Esto es equivalente al tamaño de las comarcas de la Hoya de Huesca, Cinco Villas, La Litera y Bajo Cinca juntas, las cuales acumulan la mitad del censo porcino aragonés en sus explotaciones ganaderas. Así mismo, prácticamente la mitad de estas explotaciones agrícolas de soja se encuentran en el estado de Mato Grosso, el cual está profundamente relacionado con la deforestación.

Los piensos no son una cuestión menor ni secundaria para este sector, sino que ocupan una posición central. El pienso supone en torno al 75% de los costes de producción, mientras que los costes de mano de obra representan únicamente el 2,1%. La elección del pienso a utilizar se toma desde la empresa integradora, y el 90% de la producción porcina de Aragón se realiza bajo este modelo. El ganadero actúa como subcontrata de esta empresa, es quien pone la infraestructura, se endeuda para cumplir con las ampliaciones que le imponen y asume el riesgo de posibles complicaciones en el engorde. Buena parte del negocio está en los piensos, por eso grandes inversiones se dirigen hacia ello, como es el caso de la fábrica de piensos que Premier Pigs va a instalar en Bujaraloz. Al mismo tiempo, una gran volatilidad en los precios internacionales de las materias primas, como la soja, que componen estos piensos amenaza a la sostenibilidad del sector. Dado que el ganadero juega un papel de subcontrata con respecto a la empresa que le suministra los piensos y le compra los cerdos, es probable que sea este quien tenga que asumir el coste de la variabilidad en los precios.

Monocultivo genético y modelo intensivo: muchos cerdos en muy poco espacio

El segundo vector por el cual el porcino aragonés crea el caldo de cultivo para que surjan nuevas pandemias es su modelo de producción intensiva. Según datos de 2019, Aragón cuenta con más de ocho millones de cabezas de ganado porcino, lo que da a más de seis cerdos por cada persona que vive en Aragón. Más relevante todavía es la forma en la que se distribuye el censo porcino. Aragón acumula el 5% del total de las explotaciones porcinas del estado español, mientras que acumula el 26% del censo total de cerdos. Esto nos da una imagen del tipo de explotaciones que tenemos en nuestro territorio. El 33% de los cerdos aragoneses se encuentra en granjas de más de 3000 plazas, las famosas macro- granjas.

Como vemos, el hacinamiento es una realidad en la industria porcina aragonesa, lo cual supone un gran peligro en términos epidemiológicos. Para empezar, hay que decir que los cerdos que se crían en las granjas industriales presentan una variedad genética prácticamente nula — monocultivo. Esto, junto a las terribles condiciones de los animales, hace que cuando un virus llega a una explotación es fácil que en vez de contagiar a unos pocos huéspedes lo haga con la mayoría de los animales, pues no existe ningún tipo de cortafuegos genético. Esta dinámica vuelve al virus más fuerte, pues éste participa de una suerte de aprendizaje conforme se va encontrando con distintos huéspedes, gracias al cual puede ir variando para ser más contagioso.

En relación a lo anterior, uno de los mecanismos principales de funcionamiento de la industria porcina es la introducción de ejemplares jóvenes en la cadena de producción para que esta nunca pare. Esta dinámica crea un nocivo efecto secundario por el cual los virus “son conscientes” de que siempre van a tener nuevos ejemplares a los que infectar, por lo cual pueden permitirse causar mucho daño a sus huéspedes. La virulencia de un virus, la cantidad de daño que puede causar al huésped, tiene el límite de que no puede matar al huésped antes de que este infecte a los siguientes, pues estaría frenando su propia propagación. Este problema lo resuelve gracias a la ayuda de la industria ganadera que le suministra siempre nuevos ejemplares, convirtiendo así cepas de virus poco virulentas en otras muy virulentas. Otra consecuencia del hacinamiento es que incrementa las posibilidades de que un virus con potencial pandémico surja por recombinación, esto es, porque dos cepas distintas de un mismo virus infecten a un mismo huésped, intercambien segmentos de su genoma y generen una nueva cepa. Normalmente esta cepa no tiene por qué ser más peligrosa, pero al aumentar las recombinaciones gracias a la manera en la que viven los animales también se generan las condiciones para que esto ocurra.

Pese a lo dicho, las granjas más pequeñas no están exentas de riesgo. En la actualidad, un brote de la peste porcina africana (PPA) recorre el este de Europa, y los ganaderos españoles ya presionan al ministro Planas para que tome medidas. La mayoría de los contagios se han producido en granjas con menos de 10 cerdos por contacto con los principales huéspedes del virus, los jabalíes salvajes. Los jabalíes, al necesitar alimento por no encontrarlo en sus hábitats naturales tremendamente invadidos y modificados por el hombre, se acercan a zonas habitadas por humanos y animales domésticos y allí se producen los contagios. No obstante, estos también se han producido en instalaciones mayores. Los problemas sanitarios de los animales nos pueden parecer muy lejanos, pero lo son menos cuando nos damos cuenta de que importantes pandemias han surgido por la transmisión de enfermedades de estos a los humanos — zoonosis. Este es el caso del coronavirus, y también de la gripe A (H1N1), la cual causó mucha preocupación — con razón, visto desde la actualidad — en la opinión pública. Justo el pasado 20 de febrero Rusia dio a conocer al mundo que se había detectado el primer caso de gripe aviar A (H5N8) en humanos. Pese a que esta variante no se contagia entre humanos, hay motivos para estar preocupados por la constante ceguera de la industria agroalimentaria con el principio de precaución.

A grandes granjas, grandes mataderos

El tercer vector con el que la industria porcina puede colaborar a la extensión de nuevas pandemias se encuentra en las últimas fases de su proceso productivo: en los mataderos. A finales de abril del pasado año conocimos cómo se había producido un gran brote de contagios en los macro-mataderos de Binéfar. Cientos de trabajadores de los mataderos de las empresas cárnicas Litera Meat y Fibrin se contagiaron de covid. Binéfar no fue un caso aislado, sino que encontramos muchos otros ejemplos similares. Durante esos meses, se dio un brote de contagios en un gran matadero de vacuno de la empresa Tyson Foods en el estado de Washington, y episodios similares sucedían en Brasil, Francia, Austrália o Alemania. Esto hizo saltar las alarmas y surgía la pregunta acerca de qué vincula estos centros con la propagación del virus.

La respuesta a esta pregunta parece no encontrarse en los animales ni la carne que en estos centros se procesa, sino en las terribles condiciones de precariedad laboral bajo las que se encuentran las trabajadoras. Este ha sido justamente el elemento común entre todos estos casos. Quienes ocupan estos empleos suelen ser trabajadoras migrantes, a las que se les paga una miseria y ven amenazadas continuamente sus condiciones laborales. Esto hace que cuando un trabajador se encontraba enfermo siguiera acudiendo al matadero por miedo al despido. Al mismo tiempo, la precariedad económica que les impone la empresa se traduce en el hacinamiento de sus trabajadores tanto en las viviendas que comparten como en los medios de transporte que utilizan para llegar a los macro-mataderos. Esta precariedad que lo impregna todo y este continuo miedo al despido se reafirma cuando vemos cómo ha reaccionado la empresa Litera Meat con Mahamadou, el delegado de la sección sindical de CNT en el macro-matadero. Quien por orden de la empresa fue apartado, incomunicado en una habitación y posteriormente se le quitó la tarjeta de fichar que da acceso al centro y se le arrojó a la calle para impedir que hablase del sindicato a otros compañeros durante la pausa del café.

Por si esto no fuera suficientemente preocupante, cabe destacar que el negocio de los mataderos está en auge en Aragón. La rápida intensificación de la industria porcina durante los últimos años no se vió acompasada por una ampliación en la capacidad de los mataderos del territorio. Se dio la situación de que los cerdos que se criaban en Aragón tenían que ser trasladados para su sacrificio a otros lugares, concretamente a instalaciones de mataderos en Cataluña. En 2017, únicamente la mitad de los cerdos criados en Aragón eran sacrificados en sus mataderos, los cuales tenían una capacidad de 6,5 millones de cerdos al año. La tendencia se ha revertido en los últimos años, y múltiples inversiones de grupos empresariales en la apertura de nuevos macro-mataderos en Aragón hace que se estime una capacidad de sacrificio de 20 millones de cerdos al año, superando así a la producción. Aquí destaca sin duda el ya mencionado macro-matadero de Litera Meat en Binéfar, y su capacidad de matar 22 cerdos por minuto, pero también podemos mencionar el matadero que el grupo alemán Tönnies prevé construir entre 2021 y 2024 en Calamocha, con una capacidad de sacrificar 10.000 cerdos al día.

Conclusiones: ¿quién paga?

Todo lo aquí expuesto nos lleva a plantearnos la pregunta ¿quién pagaría las consecuencias de la aparición de nuevas pandemias impulsadas por este modelo de ganadería intensiva? Durante este último año ya hemos visto el terrible impacto sanitario, social y económico que ha tenido el contagio masivo de un pequeño virus que se encontraba en animales salvajes. El negocio de la agroindustria funciona gracias a la externalización de sus costes: son los estados, los sistemas públicos de salud, las comunidades y los territorios que sufren los impactos negativos quienes tienen que asumir el grueso de los costes asociados al sector. A nadie le cabe la menor duda de que si estas empresas tuvieran que incluir en sus cuadernos de cuentas estas cantidades ingentes de dinero se declararían de forma inmediata en bancarrota. ¿Por qué se permite entonces el crecimiento masivo del número de granjas y el número de cerdos por granjas en Aragón? ¿Por qué se hace con el total beneplácito y apoyo desde las instituciones que deberían velar por el interés general?

La mirada cortoplacista del beneficio económico para unos pocos nos lleva de forma irremediable hacia situaciones como la actual. No podemos afrontar estrategias que acaben con la actual pandemia si no asumimos como prioridad acabar también con las condiciones estructurales que podrían impulsar la aparición y extensión de nuevos virus. La agroindustria ya ha sido señalada como responsable, y esta responsabilidad no se puede diluir como algo abstracto. La responsabilidad es concreta y está presente en Aragón, con el sector porcino en una posición destacada. Wuhan no se esperaba ganar esta triste fama mundial, hagamos lo posible para que no ocurra lo mismo con nuestros pueblos.