Opositar a Vladimir Putin no parece la mejor manera para asegurarse una vida larga y feliz. De lo contrario, que se lo pregunten a los que han criticado su política e intentado cambiarla por un sistema democrático. Algunos, como el diputado Boris Nemtsov o la periodista Anna Politkóvskaya no pueden contarlo porque no se cuentan ya entre los vivos. Fueron eliminados por disparos o manos invisibles, sicarios presuntamente contratados por el poder… En Rusia todo es «presunto».

La última y presunta víctima de ese despiadado monstruo que es el habitante del Kremlin, heredero de las peores prácticas del KGB y adalid de una variante mafiosa de un capitalismo sucio que está convirtiendo Rusia en una gigantesca máquina de corrupción, es Aleksèi Navalny, condenado a tres años de prisión por un tribunal afecto al régimen.

Señalado por el dedo acusador de Putin, Navalny cumplirá su pena (a la que se podrían añadir algunos años más por otras causas pendientes), en una colonia penitenciaria, cuyas condiciones harían estremecer a cualquier defensor de los derechos humanos.

Salvando el tiempo y otras distancias me está recordando este encarcelamiento al que, hacia mitad del siglo XIX, sufriera el escritor Dostoievski, acusado de conspiración contra el zar y militancia en grupo anarquista, y condenado a tres años de trabajos forzados en un penal de Siberia.

Dostoievski era joven y resistió el encierro, pero no pudo hablar de aquella experiencia hasta muchos años después, cuando escribió 'Memorias de la casa de los muertos'. Un relato evangélico, en el que, superado ya el horror y el rencor por el encierro sufrido, Dostoievski nos habló con profundo humanismo de sus compañeros de celda, asesinos en serie, pederastas, delincuentes de toda clase, y muy expresivamente de las terribles condiciones de aquel presidio siberiano, del frío atroz, de la falta de ropa, comida, atención médica…

Ojalá Navalny sobreviva a su encierro (corre el riesgo de no hacerlo), y lo soporte en mejores circunstancias que aquéllas extremas penurias sufridas por el autor de 'Crimen y castigo', quien, casi dos siglos antes que él, trató de cambiar su país, cuyos principales males, el despotismo, la crueldad genética, la corrupción institucional, siguen activos.