Soy un grande agradador / de todos los Segismundos». Le dice Clarín al confundido príncipe en la jornada segunda de 'La vida es sueño'. O sea que ya cuando entonces los había.

Figura solícita de lomo flexible, el agradador es especie abundante, estirpe de antigua crianza y casi imprescindible en cualquier metro cuadrado donde reine, gobierne o administre algún mandarín, o mandatario, o jefe o subjefe o delegado, o hasta un simple coordinador, que es figura que se lleva mucho y viene a ser como un jefe sin galones aparentes.

El agradador, o «agradaor» según habla popular, tiene perfiles amplios. Su oficio, casi una misión, viene ya en el mismo título: agradar al jefe al que va adherido, darle seguridad en la duda, fe en sí mismo cuando su parcelilla de poder se vuelve inhóspita, y si todo va bien, cantarle elegías exaltando sus muchas virtudes, inteligencias y talentos. No hay que confundirlo con el simple pelota. El pelota es un aprendiz de agradador; un agradador sin arte ni clase, que busca consolidar categoría pero a lo zafio, por así decir. El pelota simple carece de autoridad para convencer a su correspondiente poncio, que enseguida despreciará sus flores por ajadas, faltas de color.

A menudo, el agradador desprecia al jefe o mandarín correspondiente. Condimentar las leticias con que acariciar el ego de algún baranda zopenco requiere un estro musculoso y una cocina esforzada; no es fácil convencer a un asno de que es un brioso corcel. Un agradador así de capaz eleva su talento a la categoría de verdadero arte y progresará así, siguiendo su propio rastro de baba, hasta quien sabe qué alcurnias. Una vez allí, naturalmente, se le asigna ya su propio agradador personal.

Incienso

Cuanto más grande la figura del mandarín, más calidad de agradador trae adherido. El rey, por ejemplo -no el de ahora, o sea, aunque también, sino el de antes- ha tenido y tiene tantos agradadores que algunos hasta le pagan millones para que vaya en avión, según se dice. Los reyes, ya es sabido, vienen y van sobrados de agradadores. Les llevan tanto incienso y con tanto entusiasmo que pueden llegar a intoxicar al agraciado: colmarlo de dádivas, de coches, de cuentas corrientes distraídas, de yates… etc, con tan poca mesura, que tanto presente acaba por formar un bosque capital tan frondoso que no puede dejar de verse ni mirando para otro lado; mires donde mires te lo encuentras - al capital regalado, digo.

Pero no sólo el rey, sino que del rey abajo, casi ninguno se priva de su propio palmero a poco que monte socialmente. Es tan dulce, ay, el cosquilleo del ego por la inclinación de cualquier solomillo graciosamente doblado…

Conque, como la función crea el órgano, según se dice, han aparecido agradadores de distintas escuelas. Algunos, verdaderos profesionales del ramo, que gracias a su arte, gracejo y estilo, han logrado escalar o empotrarse en cualquier estructura de poder y hasta labrarse una fortuna a medida de su ambición. Se ven casos a la derecha, a la izquierda, adelante, atrás y un dos tres. Porque ya lo dijo alguien -seguro que alguien lo dijo- el mundo es una yenka, aquella coreografía popular de cuando entonces, que explicaba sin saberlo tantas cosas de la vida.