El título de este artículo se lo he tomado prestado a Vargas Llosa, o mejor dicho a Zavalita, el protagonista de su novela 'Conversaciones en la Catedral'. Es una frase que ha hecho fortuna más allá de Perú y que puede servir para buscar en el pasado ese momento crítico en el que una decisión no tomada podría haber propiciado un futuro mejor.

En la historia reciente de nuestro país ese momento crucial se sitúa en los meses que siguieron a las elecciones generales de abril de 2019, cuando el PSOE, con 123 escaños en el Congreso, y Ciudadanos, con 57, sumaban una mayoría amplia y sin complejas hipotecas que pagar a partidos que hacen todo lo posible por cargarse «el sistema» o «el régimen».

En lugar de llegar a ese acuerdo de gobierno, unos y otros, pero unos más que otros, se empeñaron con saña en vetarse recíprocamente. Es cierto que en la noche electoral, el clamor de muchos votantes del PSOE era «con Rivera no» (probablemente era un grito alimentado por el empeño de Rivera por identificar al PSOE con una «banda»). El líder naranja, además, tardó muchísimo en comprender que la repetición electoral por la que apostó finalmente no le llevaría a la Moncloa sino a la dimisión y al abandono de la política.

Gobierno de coalición

En noviembre de ese mismo año, el PSOE casi repitió resultado, 120 escaños, y Ciudadanos se hundió en la más pura miseria, 10 diputados. Todas las encuestas que se hicieron durante aquellos larguísimos 6 meses inter-electorales daban parecidos resultados: la mayoría de los votantes de PSOE y de Ciudadanos querían y pedían un gobierno de coalición.

En esos meses "se jodió el Perú". Después, no tardó en llegar la pandemia. Las elecciones catalanas han acabado de hundir a los naranjas y el gobierno que surja de ellas no parece que vaya a tener vocación de restañar las heridas. Tras meses de confinamiento y con una crisis económica monumental, nuestra juventud sólo se moviliza por la libertad de expresión de un rapero sin gracia y con mucho delito. Para postre, algunas de las baronías en que se divide España parecen empeñadas en jugar a la intriga política más zafia, en unos momentos en los que los electores esperamos todo menos ese lamentable espectáculo.

Analizar lo que está pasando es complejo, pero éste podría ser un boceto:

El PSOE lo dirige un maestro de la táctica política que podría dirigir cualquier otro partido político, con las mismas armas y con el mismo éxito. Detrás de todo lo que está ocurriendo se adivina su mano casi invisible, «la mano de nieve», que diría el poeta.

La nave del PP navega sin rumbo. Se echa en falta un capitán que saque a los azules del pozo en el que les ha metido la corrupción. El Murciagate no ayuda y hacer mudanza en tiempos de tribulación no parece lo más acertado como estrategia.

Podemos sigue dando saltos para asaltar los cielos. Los saltos son cada vez más cortos y el cielo está cada vez más lejos. Se diría que los Iglesias-Montero representan cada vez menos a la izquierda.

En Vox no dejan de frotarse las manos y de restregarse los ojos. No acaban de creerse hasta dónde les ha llevado la estulticia de sus competidores.

Error de Rivera

Arrimadas ya no puede evitar el colosal error de Rivera. Está claro que un partido nuevo no se puede construir sobre la base de personajes tan ruines como los tres del Murciagate. Esta es la herencia de Hervías, el primero en abandonar el barco en esta nueva etapa de su deriva.

Los partidos nacionalistas van a lo suyo, como siempre. No está lejos el día en que por fin consigan dos cosas: quedarse solos consigo mismos y convertir en presos políticos a más de la mitad de la población de sus territorios reconquistados.

Los votantes están hasta los mismísimos de todos ellos. Un diputado de Ciudadanos en el Parlamento andaluz acaba de reeditar en sede parlamentaria la célebre frase de Estanislao Figueras, presidente de la brevísima Primera República: «Estoy hasta los cojones de todos nosotros».

Georg C. Lichtenberg, científico y escritor alemán del siglo XVIII, famoso por sus aforismos, tiene uno que me gusta especialmente: Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto. Me resulta tan fácil imaginar a un madrileño castizo soltándole a Ayuso la frasecita del alemán, como escuchar a Zavalita preguntándose «en qué momento se había jodido el Perú», al comienzo de la novela de Vargas Llosa.