En esta pandemia hay muchas víctimas. Solo hablaré de algunas de ellas. Los ancianos que han sufrido una brutal mortalidad. Y especialmente en las residencias convertidas en morgues. Una sociedad digna no debería haber tolerado esta situación. Mas, los ancianos en esta sociedad están de más, sobran. Es el concepto de Bauman «residuos humanos». Ha sido necesario un virus para salir a la luz tanta podredumbre y tanta maldad. De una democracia plena cabe esperar que la justicia penalice a los culpables.

Otras víctimas: las mujeres. Mientras que el desempleo masculino en febrero aumentó en 13.032 (0,77%) y se situó en 1.704.010 desempleados, en las mujeres se incrementó en 31.404 (1,38%) hasta un total de 2.304.779. El 57% de los parados de larga duración son mujeres en España. La pandemia ha tenido un «impacto desproporcionadamente negativo» en la situación laboral de las mujeres, ya que la mayoría trabajaban en el turismo, el comercio minorista y los sectores informales, los más afectados por la crisis sanitaria, según la Organización Internacional del Trabajo. Se han agravado todavía más las brechas de género y las desigualdades anteriores.

Los jóvenes. España cerró 2020 con un paro juvenil del 40,13%, el doble que en Irlanda y el triple que en Hungría. La mitad de los jóvenes de Extremadura y Andalucía están sin trabajo, ni tienen posibilidad de tenerlo. Y quienes lo tienen muy precario y temporal. Viene bien al sistema. Febrero ha sido un mes desastroso. Y nos avisan que lo peor está por llegar. Muchos de ellos sin trabajo intuyen que su vida es y va a ser muy difícil. Viven en una España que ya se olvidó de ellos. Fueron ya muy golpeados por la Gran Recesión del 2008, padecieron una década de letargo económico y, cuando al fin vislumbraban una débil luz al final del túnel, se han visto hundidos en la pandemia. Algunos, muy preparados no tienen otra opción que irse a otros países, donde su talento se valora y se paga mucho mejor. Lo hemos visto y padecido en el sector sanitario. Y luego a estos emigrantes a la fuerza se les ponen múltiples trabas administrativas para participar en las elecciones por el voto rogado. Muchos de los que se quedan dependen del sustento familiar. Un 77% de los menores de 30 años siguen viviendo con los padres. Da igual. Haya crisis o expansión económica ellos han sido y siguen siendo los grandes perjudicados. ¿Los fondos europeos cambiarán su situación con la digitalización y la economía verde? Mientras tanto, mucha palabrería y teatralidad ante una realidad hiriente. ¡Cuánto postureo! ¿Por qué no les preguntamos a todos estos jóvenes sin trabajo y sin futuro qué piensan sobre el 40 aniversario del 23-F? Lo único importante a nivel mediático y político para mantenernos entretenidos, a modo de señuelo, ha sido que un político no aplaudió; que un emérito regulariza sus obligaciones con Hacienda; que unas infantas se han vacunado; que un espía, auténtico esperpento, sale de la cárcel y amenaza con poner patas arriba a nuestra democracia plena; que nuestros políticos dedican su tiempo a preparar o frustrar mociones de censura; que una presidenta tenga el desparpajo de hablar de «socialismo o libertad». Y luego nos sorprendemos de la desafección y el hartazgo de la juventud hacia la política.

Los políticos, medios, empresarios, sindicatos y la gente mayor desconectados de la realidad hemos interiorizado que dejar tirada a toda una generación no tendría consecuencias. Craso error. Es injustificable la violencia, con el asalto de comercios y la quema de coches de Policía. Repito, es injustificable. Mas, la situación de la juventud explica todas estas recientes revueltas en muchas ciudades españolas. Detrás de ellas hay una juventud que no tiene nada que perder. Si se cierran todas las válvulas, más tarde o más temprano estallará la olla entera. La capacidad de aguante de un grupo social tiene un límite.

Mas, siendo muy grave la despreocupación de la sociedad por los jóvenes, no lo es menos su criminalización mediática y cultural, presentados como rebeldes y vagos. Son vistos como los únicos responsables en sus aglomeraciones de la expansión de la pandemia, como si el virus no circulase también entre personas adultas amontonadas sin mascarillas en fiestas, terrazas y peñas. La gente madura no deberíamos olvidar que fuimos también jóvenes, y no fuimos entonces tan ejemplares para servir de modelo a los jóvenes de hoy.

Solo un rescate urgente y profundo de su juventud evitará que España entre en una prolongada y dolorosa decadencia. Un país es un fracaso si no garantiza a sus jóvenes, que son el futuro, una vida digna a través de un trabajo digno.

Sus vidas se asemejan a puzles infinitos. Los jóvenes sometidos a una ininterrumpida, incontrolable y despiadada precariedad, ven sus propias trayectorias biográficas a modo de un puzle, un conjunto de fragmentos, piezas, trozos de vida, que no siempre tienen forma para encajar unos con otros y con aristas que pueden echar a perder otras piezas. Es un puzle infinito, imprevisible e inestable, que como un castillo de arena puede venirse abajo en cualquier momento. La juventud está imposibilitada de diseñar un proyecto vital cara un futuro ni siquiera en el corto plazo, ni en el ámbito laboral, ni en el afectivo. No tienen otra opción que vivir en un presente permanente, porque vislumbran un futuro sin futuro.