Gracias Carmelo Romero. Quizá no sepan quién es. Yo tampoco hasta que la semana pasada, a grito pelado, en el Congreso, mandó a Ínigo Errejón al médico después de que el portavoz de Más País denunciara la falta de recursos destinados a salud mental.

El berrido del diputado del PP por Huelva fue recriminado prácticamente por todo el hemiciclo hasta el punto de que rompió en aplausos hacia Errejón en apoyo a su pregunta, que iba dirigida al presidente del Gobierno con el fin de conocer cómo piensa atender esta otra epidemia que la Covid-19 ha agravado hasta límites aún hoy desconocidos.

La torpeza o tropelía del parlamentario “popular” ha permitido, sobre todo, dos cosas: certificar los prejuicios que existen a la hora de hablar de salud mental y sacar a la luz esta realidad minimizada.

Quién no se ha sentido angustiado o superado en algún momento de su vida. Pero es tal la barrera invisible que existe para no pedir ayuda profesional que nos empeñamos en justificar o luchar desde la soledad una y otra vez. Nadie se cuestiona ir al médico cuando duele el estómago. En cambio, cuánto cuesta acudir al psicólogo cuando lo que se siente es un nudo en la garganta. Ya se nos pasará, pensamos. No será nada, decimos. Pues no siempre. Es humano perder el control y buscar apoyo.

Más de dos millones de españoles consumen a diario ansiolíticos. España es, junto a Portugal, el país que más psicofármacos consume de la UE. Los suicidios duplican las muertes por accidentes de tráfico. 10 españoles se borran de la vida cada día y 200 lo intentan. El 6,7% de la población sufre ansiedad. La misma cifra, depresión.

Y esta pandemia, con confinamiento, restricciones e incertidumbre de por medio, no ha hecho más que agudizar o despertar miedos latentes. Uno de cada cuatro españoles ha tenido problemas de sueño. Un tercio ha llorado por la pandemia y casi la mitad identifica haber pasado un cuadro ansioso. A todo ello hay que sumar las personas que ya tenían diagnosticada alguna enfermedad mental grave.

La ovación a Errejón en el Congreso podríamos trasladarla a la calle. Normalicemos que la cabeza enferma como lo hace el resto del cuerpo y necesita ser curada. Y verbalicémoslo: “hoy llegaré tarde porque tengo hora con el psiquiatra”. Popularicemos estas confesiones. No juzguemos. No estigmaticemos.

Al final de su intervención, el diputado de Más País pidió doblar el número de psicólogos en la sanidad pública. Pedro Sánchez se comprometió a actualizar la Estrategia Nacional de Salud Mental y dijo estar pensando en la creación de una nueva especialidad de psiquiatría para la infancia y la adolescencia.

Bienvenidas serán.