Mientras los ciudadanos y las autoridades asumimos con una naturalidad apabullante que tras cada fin de semana largo sufriremos un fuerte repunte de la pandemia, esta avanza a su ritmo sin que nadie pueda vaticinar con argumentos objetivos cuándo se recobrará la normalidad anterior a marzo de 2020. Paralelamente a la lucha contra el covid, se está trabajando intensamente en el horizonte posterior, con dudas sobre cómo será. El ritmo de vacunación va muy lento en Europa y las idas y venidas a propósito de la adquisición de las unidades vuelve a dejar en mal lugar a las instituciones comunitarias, incapaces de abordar la liberalización de patentes que solventaría parte del drama sanitario que se está viviendo.

Hay varias incógnitas sobre cómo será esa ansiada normalidad y ninguna es fácil de despejar. La primera es saber si tantos meses de distanciamiento social condicionará en el futuro nuestras relaciones personales. Otra es si muchas de las restricciones y limitaciones de derechos fundamentales han venido para quedarse. Porque es de sobras conocido que se van limitando libertades y estas acaban, sin saber cómo ni cuándo, desapareciendo. Si el 11-S marcó un antes y un después en la circulación aeroportuaria y los accesos a muchos recintos públicos, no es descabellado pensar que el covid también influirá en muchas de las cosas que hace un año no podíamos ni imaginar.

Otra cuestión muy importante y que se está dirimiendo sin que los periodistas y los ciudadanos tengamos acceso a la información es la recomposición de una Europa que atraviesa una crisis económica todavía más profunda en los países del sur como España. Sabemos que tras una dura negociación se logró que la Comisión Europea habilitó 750.000 millones de euros para transformar el continente, de los que 140.000 irán directamente a España para financiar proyectos que dinamizarán su economía desde la transición ecológica y digital. Esta inyección de dinero público nunca antes vista marcará el futuro de los próximos 30 años como mínimo de Europa y por ende de Aragón.

Cuando llega el mes en el que España deberá presentar a Europa los proyectos, poco o nada sabemos de cómo se repartirá el dinero, qué empresas participan, qué proyectos se avalan o por qué modelos concretos se apuesta desde las administraciones públicas, más allá del mantra de que son proyectos de economía circular, energías renovables, agroalimentación, cohesión territorial o logística. Si se habla de dinero público, lo lógico sería que existiera una mayor transparencia y accesibilidad para conocer las condiciones y los proyectos, y que pudiera haber una fiscalización pública. Se corre un grave riesgo de que el reparto de la tarta se dé entre grandes grupos empresariales con acceso a una información privilegiada y la ciudadanía sea ajena y no se produzca su transformación ni social ni económica. El Gobierno de Aragón lleva un buen número de reuniones con grandes empresarios y con los agentes sociales, pero salvo las ingentes cifras de proyectos y millones que se anuncian, poco más se sabe.

Es una excelente noticia que se libere semejante cantidad de dinero público para recomponer la economía, y lo es que las empresas y las administraciones tengan proyectos de los que solo sabemos que son «muy potentes». De lo poco que se conoce, los datos hablan por sí solos: Aragón presenta 34 proyectos de transformación digital para optar a fondos europeos por valor 2.400 millones. Además, la Red Aragonesa de Entidades Locales para la Agenda 2030 ha recibido 605 propuestas por 1.300 millones de euros; 350 provenientes de la provincia de Zaragoza, 188 de la de Huesca y 67, de la de Teruel. La ciudad de Zaragoza tiene 24 iniciativas por 666 millones, y las comarcas 87 por 187 millones.

Se ha celebrado que Europa ha cambiado el paradigma y nos hemos creído que no va a caer en el error austericida de la crisis de 2009. Deseo que no hayamos sido lo suficientemente ingenuos y que la inversión pública desplegada y la forma en la que se va a invertir se convierta en una vuelta de tuerca más de la que se beneficien únicamente los de siempre también a costa de los de siempre.