Me atrevo a sugerir a nuestros politólogos de cabecera que dejen ya de utilizar eso de la extrema derecha trumpista para referirse a la versión hispana y cañí del neofascismo con barniz ultraliberal que llegó al poder en Estados Unidos de la mano de un niño grandote y pelirrojo, y amenaza con extenderse como una mancha de aceite por todas partes. Considerando los hechos, aquí deberíamos hablar de extrema derecha isabelina, puesto que sus dos iconos más destacados responden al nombre de la reina de Portugal nacida en Zaragoza. En Madrid, IDA (no se me alboroten, que no va con segundas, solo es el acrónimo de Isabel Díaz Ayuso). Y en Murcia, Mabel. Mabel Campuzano.

Como de IDA ya se ha dicho todo, sin contar con lo que dice ella solita, me propongo hablar de la otra, de la murciana.

Lo que está ocurriendo por esas tierras tal vez merecería pasar a la Historia Universal del Disparate y no descarto que lo haga. Veinticinco años después de gobiernos en solitario del PP, los juzgados de la región se ocupan de un sinnúmero de casos de presunta corrupción, dos relacionados con el PSOE, uno con Ciudadanos y el resto, varias decenas, con el PP.

Acaso por ello, los resultados de las últimas elecciones dieron ganador por primera vez en décadas al candidato socialista. Solo la suma de PP, Cs y Vox permitió a los populares mantener el Gobierno, aunque el partido ultra no entró en él, en uno de esos manejos cosméticos con los que la derecha simula alejarse de esa siglas mientras pacta con ellos todo lo pactable. Después vinieron la debacle de Ciudadanos y una bronca interna que terminó con tres de los cuatro parlamentarios de Vox apartados del partido aunque manteniendo su escaño. Eso que antiguamente llamábamos tránsfugas y que ahora ya no sabemos cómo llamar. Una de ellos era Mabel Campuzano.

La nueva lideresa de Ciudadanos, después del desastre de las elecciones catalanas, se acercó al PSOE para preparar una moción contra el presidente del PP, López Miras. Los números daban, pero la sombra del tamayazo es alargada y los especialistas de Génova tienen probada experiencia en la materia. Tres diputados del partido naranja negociaron unos cargos en el Ejecutivo y salieron de su partido invocando sus convicciones centristas. Los diputados se llaman Francisco Álvarez, Isabel Franco y Valle Miguélez. A veces los nombres los carga el diablo.

Pero aún faltaban votos. Los tres expulsados de Vox, aunque insistían en que seguían manteniendo su ideología ultraderechista (y ya veremos que no mentían) se pusieron a la cola. Mabel Campuzano debía de estar la primera porque fue la agraciada con la Consejería de Educación. El presidente López Miras, como el señor Lobo de Pulp Fiction, soluciona problemas, así que el experimento de la moción les salió a los socialistas y a los naranjas como el del aprendiz de brujo.

Así pues, Mabel se encontró en medio de una extraña familia, como la Maribel de Miguel Mihura. Un Gobierno en el que tiene la presidencia un PP acosado por el fantasma de la corrupción, hay unos sedicentes centristas que dicen luchar contra las corruptelas y todos marcan distancias con la ultraderecha mientras la acogen en su seno. Todo un monumento a la coherencia.

Pero Mabel (igual que la Maribel de Mihura) no renuncia a lo que es y, si Maribel era una prostituta, Mabel es tan nacionalcatólica como el difunto de Mingorrubio. ¿Quién es la flamante consejera de Educación murciana?

Pues según la información de la Asamblea Regional, esta señora es licenciada en Historia del Arte y Técnico en Medicina Nuclear (no me pregunten qué demonios tiene que ver una cosa con la otra). Como profesional, ha dirigido la Oficina de Información al Consumidor en el Ayuntamiento de Fuente Álamo, ha sido gerente de una empresa dedicada al alquiler de inmuebles y comercial en otra dedicada a las telecomunicaciones. Tampoco me pregunten qué carajo tienen que ver esas actividades con la Historia del Arte o la Medicina Nuclear. Sigue la coherencia.

Claro que a lo mejor por eso mismo, por la coherencia, es por lo que el Gobierno murciano ha dejado en sus manos nada menos que la Educación. Porque Mabel, entre otras gracias, ha llenado las redes sociales con tuits que niegan la pandemia y el peligro del covid. «La criminal coronafarsa» con la que «aterrorizan a la gente» son algunas de sus cabriolas intelectuales sobre el asunto. Si esas ideas llegan a las escuelas, que Dios nos coja confesados.

Y hablando de Dios, con Mabel la Iglesia católica entra bajo palio en las aulas. ¿Qué es eso de hablarles a los chicos de sexualidad, feminismo, respeto a las diferencias raciales o sexuales y otras aberraciones? Nada, nada, catecismo. Y al que hable de otras cosas, garrotazo con el pin parental. Los papás católicos y ultraderechistas tienen todo el derecho a censurar los contenidos educativos que reciben sus retoños. Los suyos y los de los demás.

Al paso que vamos, las niñas murcianas recibirán consejos como los que Pilar Primo de Rivera daba a las mujeres de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. Quítale los zapatos a tu marido, no te quejes si llega tarde, recuerda que es el amo de la casa, prepárale una comida deliciosa… Miedo da pensarlo, la verdad.

Solo encuentro algo bueno en este nombramiento: con él empiezan a caer las máscaras y a verse claro que la familia que la ha acogido, el PP, no es tan distinta a ella. Que nuestra derecha está empeñada en esa misma batalla por el oscurantismo, el antifeminismo y el adoctrinamiento religioso, con los obispos como guías espirituales.

No, Mabel no ha entrado en una extraña familia. Ha vuelto a la suya.