El otro día oía decir, a personas de una edad entrada en la cincuentena, que creían que lo más complicado de sus vidas pudiera haber pasado y que tras haber consolidado un trabajo, una familia y tener una salud bastante aceptable, era de esperar que todo transcurriera de forma más sencilla.

Posiblemente expresaban un deseo que no veían cumplido, trasmitiendo decepción al sentir la impotencia de no ver un horizonte en el que trabajar para conseguir una sostenibilidad como esquema tradicional de progreso, tanto en lo social y económico como en el ambiental. Una habitabilidad digna y necesaria para que, en los pueblos, en las ciudades y en los barrios, la población consiga el bienestar que da el crecimiento personal, un derecho que permanece en la memoria de generaciones que se han esforzado por conseguir un futuro en el que sus hijos puedan desarrollarse de manera semejante.

Ese vivir construyendo se va paralizando en nuestro país según se suceden los distintos gobiernos nacionales, sobre todo cuando practican una política que se exime de responsabilidades a la hora de tomar decisiones que conciernen, en general, a la población de todo el Estado, dejando libre albedrío a las Comunidades Autónomas, generando el consiguiente desorden debido a la diversidad de acciones que se dan según el cariz político al que pertenecen. Lo estamos viendo claramente con la gestión de la pandemia.

Lugar que mira lo bueno

El domingo pasado, este periódico publicó un amplio artículo dedicado al barrio de Miralbueno --siempre me ha gustado su topónimo: lugar que mira lo bueno-- dando a conocer las carencias que sufrían. Recordé que en el año 99 tuve la ocasión de conocer este distrito municipal, debido a la realización de los diseños para unos vitrales arquitectónicos, entonces el barrio tenía una apariencia de pueblo sereno y luminoso, con viviendas de estancias de siempre. En torno a la ermita (antigua casa parroquial), ejemplo de arquitectura historicista, se concentraba el pulso de la localidad que invitaba a quedarse.

Este y otros barrios se han ido expandiendo según la necesidad de la población a la hora de conseguir una vivienda; gente joven que buscaba zonas verdes y un alojamiento a precios más asequibles que en la urbe zaragozana, una opción más que importante para lograr un confort habitable, equilibrado y accesible. Pero como Miralbueno otros barrios demandan necesidades comunes que poco se tienen en cuenta.

Vivir en los barrios ha sido, históricamente, la salvación de muchas familias a la hora de buscar un piso, el cual podían ir pagando con un sueldo de obrero. Estas casas desde los años 50 fueron habitadas por familias llegadas de las zonas rurales en busca de un mayor progreso en sus vidas. Con el paso de los años se han ido degradando las estructuras y el entorno. Aunque los sucesivos gobiernos en el Ayuntamiento de Zaragoza crearon proyectos de rehabilitación muy esperanzadores, la realidad fue que las intervenciones, de esas prometidas mejoras, fueron escasísimas.

Apostar por una ciudad integrada en los barrios, para crear una sostenibilidad urbana social y económica, mejoraría la identidad de los vecinos. Para ello el conjunto de las Administraciones Públicas, unido a la inversión privada, los fondos europeos y en la media de sus posibilidades con los vecinos, podrían llegar a una conexión necesaria promoviendo el desarrollo social. Esto supondría trabajar de verdad, sin humos ni decorados.