Dice García Aller que Sánchez es un presidente que se mueve como pez en el agua gestionando la España del futuro. No tanto con la España del erial que nos dejará la crisis pandémica. Es un presidente al que la Historia se le queda pequeña. No habla ya de dar sólo buenas noticias o de las promesas de un mundo mejor, sino de que lo que nos acontece es uno de los hitos de nuestra generación. Y él estará ahí para retransmitirlo. El plan de recuperación económico y la vacunación masiva que prevé Sánchez llegará en pocos meses. Es de elogiar este afán por lo que le es ajeno. Ni las vacunas ni los fondos europeos dependen directamente de España. Sólo aplica la retórica victoriosa de un caballero que no ha pisado el campo de batalla.

Las ganas que muestra Sánchez por lo que nos espera del futuro se deben de atajar con acciones en el presente. El reformismo que Sánchez airea tiene que tener el mismo ahínco que la valentía por explicar qué vendrá después de la literatura de sus discursos.

Los 70.000 millones de euros de inversión previstos de los fondos europeos hasta 2023 es una cantidad abultadísima que debe conllevar reformas. El dinero no es gratis, hay condiciones para ese préstamo millonario. Un aspecto que Sánchez todavía no ha mencionado: qué recortes exige Bruselas, cuáles son los impuestos que se deberán reformar o qué sucederá con el laberinto contractual del mercado laboral. Entre otras tantas medidas que Europa espera de España antes de soltar el dinero. O nos veremos abocados a un plan europeo que nuestro país no podrá digerir para que tenga éxito.

Antes del 30 de abril se deben presentar los deberes que pide Bruselas, y aún Sánchez no ha concretado como resolver los problemas del presente para pensar en la bienvenida inversión millonaria. Ni siquiera lo tiene acordado con su socio de gobierno. Todo parece estar destinado al lema de la pandemia: sálvese quien pueda.