Cuando la preocupación de muchos no es que venga el otoño, sino el invierno que nos espera al otro lado de la vida, las contradictorias informaciones sobre vacunaciones, con sus diferentes tipos, o sobre los efectos secundarios de unas y la seguridad de otras, solo consiguen saturar nuestra mente, llenándola de desconfianzas y elucubraciones impensables. Acostumbrados a vacunarnos, tomar medicación sin leer las contraindicaciones o asumir sin rechistar el diagnóstico de los médicos, el bombardeo sistemático sobre los efectos colaterales de una u otra vacuna me parecen un desvarío improcedente.

Sobre todo porque está demostrado que las posibilidades de que aparezca un trombo por efectos secundarios de la vacuna es de dos casos por cada millón de inoculados y el riesgo de ir a la uci por contagio es de 140/ millón de afectados. Vamos, que es mucho más fácil que te mueras porque te caiga una farola en la calle, o por tomar anticonceptivos, aspirinas y paracetamoles, que por el trombo de las vacunas. Rechazarla es un error en cualquier edad, pero hacerlo por estos efectos secundarios es una estupidez.

No entiendo que algunos amigos más jóvenes estén vacunados ya, pero lo acepto sin rechistar porque queremos vacunarnos cuanto antes, conseguir la inmunidad de rebaño y retomar la vida, las calles, los amigos, la familia, las charlas, los viajes, el trabajo seguro y las diversiones.

Tengo la impresión de que los efectos secundarios de las vacunas están utilizándose como parte de la fratricida competencia de las multinacionales farmacéuticas para conseguir más cuota de mercado. Y por otro lado, como soporte de un cambio que se está produciendo a la hora de asignar responsabilidades institucionales conforme avanza la vacunación. Me explico, en los primeros meses de restricciones, encierros y cierres del confinamiento había un compromiso individual con las normas y con las instituciones, que se manifestaba a las ocho de la tarde con los aplausos al personal sanitario. Las desmesuradas críticas políticas y sociales representadas en las manifestaciones en las calles del barrio de Salamanca pidiendo libertad, tenían el contrapeso de la responsabilidad individual ante algo desconocido que solo los científicos y el Gobierno podían combatir. Ahora, con un proceso de vacunación en marcha, es más fácil señalar a las autoridades por el incumplimiento de plazos, los efectos secundarios, los cambios de citación, los lugares de vacunación. Y ahí es donde se hace la política ahora: mensajes cortos y doctrinarios, mucho decibelio, noticias falsas, difamación, medias verdades, insidias… Todo vale para debilitar al contrario, aunque se juegue con la inseguridad y el miedo de los ciudadanos.

La tensión que todo ello genera se proyecta en las letras gruesas de los titulares de prensa con que nos desayunamos todos los días, donde la racionalización de los problemas es imposible. Como decía un comentarista recientemente, «la política del sentido común ha devenido en la menos común de las políticas».

Por eso, abrir un proceso electoral en la Comunidad de Madrid en estas condiciones es imperdonable. Primero porque no responde a las necesidades vitales de los madrileños, ni a una crisis institucional en el Gobierno de coalición; y segundo, porque Ayuso ha utilizado su capacidad para convocarlas por un exclusivo interés partidista, que es el de fagocitar a Ciudadanos en esta comunidad y luego en todo el país.

Tiene todo su derecho, pero cuando a día de hoy Madrid es la segunda comunidad con peor incidencia, 351 casos/100.000 habitantes, tiene el mayor número de fallecidos --14.705-- y sufre más presión hospitalaria con las ucis, ocupadas al 41/% frente al 21,6% de media nacional, es de una irresponsabilidad supina que pagaremos todos.

El momento elegido, al final de la pandemia, la crisis económica , el aumento de desempleo, la inquietud e inseguridad por la finalización de las restricciones, es ideal para ensayar y experimentar para el futuro la estrategia de Donal Trump en el 2016: protagonizar los medios hora a hora, provocar con declaraciones agresivas, tensionar, polarizar, vender un nacionalismo castizo y chulapón, ninguna concreción de programa, ninguna gestión de lo realizado en dos años de gobierno en la sanidad, la educación, las residencias… Escenario ideal para la provocación que le permite a Vox colarse y rentabilizar los errores que desde la izquierda ya tuvo en las elecciones vascas y catalanas por las pedradas en las plazas contra los mítines y el acoso en la campaña.

Como decía aquel, el diablo mora en los detalles.