La cultura del miedo que genera una percepción común de ansiedad en los discursos públicos busca el sentimiento de vulnerabilidad de las personas. Los partidos políticos han hecho uso de ella ante coyunturas concretas, el miedo a no entrar en el orden internacional en el referéndum OTAN, el miedo a la crisis económica (aceptar los recortes) o el miedo al terrorismo (en contra de la política de asilo a los refugiados).

Pero en los últimos años, esta estrategia que se fabrica artificialmente ante problemas que no lo son ni entre los afectados o que tergiversa preocupaciones sociales relevantes y legítimas (gestión de las migraciones, precariedad laboral versus ausencia de regulación) ha ido aumentado en el mundo occidental poniendo en riesgo las democracias liberales tal cómo las conocemos desde la mitad del siglo XX. Se ha ido expandiendo como la pólvora en Italia, Francia, Holanda, Hungría y Suecia.

En todos los casos se busca el contagio social, la manipulación de masas y la obediencia. Haciéndonos así menos reflexivos (teorías conspirativas), menos solidarios (crisis económica) e intentando eliminar uno de los protagonistas de esta realidad, la incertidumbre.

Las dudas sobre cuál será nuestro futuro inmediato, el descontento con el orden internacional existente fabrican la necesidad de respuestas simplistas, que tengan un chivo expiatorio sean los nacionalismos, los pobres o Bill Gates para culpabilizarlos de todos los conflictos complejos que necesitan de una resolución larga y entre todos.

La selección cuando no falsificación de las noticias, la distorsión de estadísticas, la transformación de eventos aislados en epidemias sociales o la estigmatización de minorías, especialmente cuando van asociadas con actos criminales son algunas de las técnicas utilizadas que sólo se pueden combatir desde una sociedad informada, y una estructura política y social dispuesta a defender la democracia.

Es imprescindible un entorno en el que prevalecen los valores identitarios y emocionales para la expansión de la desinformación intencionada y de la manipulación. Investigaciones por neuroimágenes analizadas por Perception an Evaluation Laboratory en Nueva York, revelan que al proporcionar sentimiento de pertenencia y ayudar a la definición de uno mismo, la unión a una corriente política refuerza nuestra identidad.

Cuando la identidad y la ideología prevalecen en la interpretación de las informaciones de manera directamente proporcional la precisión y fiabilidad decaen. Entre mentiras confortables y filtro burbuja estamos empeñados en que la realidad no nos estropee un buen prejuicio.