Mercados e impuestos liberadores

En la economía ultraliberal, el mercado establece el valor de las cosas y en consecuencia la compensación económica a sus participantes por sus logros. El que genera algo muy apreciado por el mercado recibe una mayor retribución en forma de beneficios o remuneraciones diversas. Esta forma de considerar la actividad económica tiene unos principios subyacentes. Si tu aportación es elevada, la sociedad lo recompensa y se reconoce una virtud: lo has hecho muy bien y te lo mereces. Constituye una filosofía que legitima lo que ganas. El paso a creer que es sólo mérito tuyo y que no tienes porqué compartirlo es una continuidad lógica e inmediata. Se considera que el valor de lo que una persona aporta a la sociedad no es otra cosa que lo que establece el mercado.

Sin embargo, sabemos que en muchas ocasiones no hay una relación entre el valor de mercado y el valor que algo tiene para la sociedad. El valor social de lo que hacemos, de lo que hacen algunos youtubers, paquirrines y otros figurantes diversos, empresas varias o simplemente traficantes, puede ser ínfimo o incluso costoso socialmente. Sin embargo, si hay gente que está dispuesta a pagar por eso, según esa perspectiva citada, cumple su función social y quienes lo ejecutan merecen recibir el total de lo generado, sin deducciones. Hay cosas de mucho valor por las que la ciudadanía no está dispuesta a pagar nada o casi nada y otras que no tienen ningún valor y está dispuesta a pagar enormes sumas. Cierto, también, que los mercados eliminan muchas ocurrencias o proyectos poco pensados y estructurados, o que se ejecutan mal y llevan a muchos agentes a bajar al mundo real y a hacer las cosas bien, disciplinan a los productores ineficientes.

Sin embargo, en bastantes ocasiones la moral de los mercados es muy discutible. No cabe, por ejemplo, el comercio de órganos o, como en estos momentos, no es admisible negociar con la vida de la gente. La moral de los mercados debería tener ciertos límites y, con esta crisis sanitaria mundial, la suspensión de patentes para fabricar vacunas no me parece en absoluto una idea extravagante.

El mercado resuelve mal las cuestiones medioambientales, de la salud o de la educación, entre otras. De ahí las intervenciones públicas y la necesidad de que las administraciones dispongan de recursos. Hacen falta esos recursos que salen de los impuestos, que no caen del cielo, lo diremos una vez más. Pues bien, esta semana hemos tenido una noticia muy importante, impensable hace unos meses. Representa casi un cambio de paradigma respecto a lo que ha sido la fiscalidad desde los tiempos de Thatcher y Reagan podríamos decir. Biden y más en concreto su secretaria de Economía, Janet Yellen, ha planteado que las grandes corporaciones paguen impuestos, una especie de impuesto general a las multinacionales y que los paguen en los países en donde se generan los beneficios. Una carga de profundidad contra los paraísos fiscales. Además, también muy importante, que sean organismos internacionales como la OCDE o el Fondo Monetario Internacional quiénes organicen ese sistema. Veremos en qué queda. Lo hace el país que más multinacionales tiene susceptibles de ser gravadas y que representa la esencia de la economía capitalista y cuyo anterior presidente amenazaba a los países europeos cuando hablaban de la tasa Google o similar. Para los que dicen que no hay izquierda y derecha, vaya que si la hay. No son reliquias de tiempos pasados y superados.

Este cambio en relación a los impuestos se suma a lo que el covid ha supuesto respecto al gasto público. Hasta Boris Johnson, el amigo de la avaricia y el capitalismo para quedarse con las vacunas de los demás, se ha vuelto socialista en algunos aspectos: ha pagado una parte de la pinta de cerveza que se tomaban los ingleses para sostener los pubs. El Estado se ha redescubierto como un actor imprescindible para afrontar las brutales consecuencias económicas y sanitarias de la pandemia. Además, nos pone ante a esa idea de que los impuestos dan libertad contrariamente a lo que mantienen aquellos ultraliberales. Los impuestos, el gasto que permiten afrontar si se hace bien, dan libertad a aquellos sectores que no tienen capacidad para desarrollar sus proyectos personales, para darles oportunidades. Dan mucha más libertad que la que quitan a los pagadores. Incluso estos salen beneficiados si se abstraen de las visiones estrechas y se encuentran con una sociedad más inclusiva y más prospera, donde precisamente ellos puedan hacer negocios.