Sigo la campaña electoral madrileña buscando cuál es ese gen diferenciador, que les hace distintos al resto del país, y se manifiesta tomando cañas de una manera peculiar, yendo al cine, al teatro y asumiendo los atascos a las dos de la mañana, en esa época de nuestra vida que se podía estar en la calle, como el Rh negativo de Arzalluz.

Y así, llego hasta el debate a seis de los candidatos, y encuentro un elemento diferenciador, el rojo, el color de las chaquetas de las candidatas en ascenso, el color institucional de la Comunidad, y la sangre que intentaban hacerse los candidatos que hacen de la provocación y el ataque su único modus vivendi incontrolable a pesar de las recomendaciones de sus asesores. Sin olvidar el rubor que produce el desembarco de políticos nacionales en el último momento reconvertidos en expertos del territorio. Pero esto no es exclusivo de la capital, se sufre en otros territorios, pero la llamada del centro político y administrativo tiene mayor atractivo que exiliarse a la periferia.

El manejo del gen madrileño tiene un eslogan que funciona como un trueno, somos los mejores, simple pero efectivo. Le funcionó a Pujol, a Zaplana, a Macron en Francia. El gen de superioridad, porque todos necesitamos sentirnos reconocidos, preferimos escuchar alabanzas huecas que un repaso crítico sobre lo que somos. ¿Vas a votar a alguien que te hace sentir parte del equipo, que utiliza la épica del saldremos adelante y que da motivos para la esperanza o a los del todo mal? Es más atractivo adherirte a lo primero, aunque sepas que es en parte ficción, tan ficción como una serie de Disney+ que está rompiendo con el mismo título.

En esta batalla electoral es difícil romper la fábula creada por la presidenta Ayuso, y ni los gráficos de colores, ni los datos del Sepe, el INE, o el Ministerio de Sanidad pueden con ello. Esta es sin duda la gran incógnita a resolver en esta campaña, que a los que vivimos fuera de Madrid nos cuesta entender. Esta exaltación del individualismo, de lo privado sobre lo público, que lleva a la candidata Monasterio (ahora cargo público) a sacar pecho sobre sus años cotizados en la empresa privada frente a un abogado del Estado, un catedrático, un profesor de universidad pública, una doctora y Díaz Ayuso y que cale en esta medida.

El chauvinismo ha funcionado siempre, y es uno de los ejes que marcará la política española en los siguientes años. Sin que desaparezca el eje izquierda/derecha como se comprobó en el debate y en el CIS de ayer, el sentimiento identitario local prevalece sobre otros sentimientos colectivos en una sociedad, por otra parte, cada vez más individualista.