La realidad supera siempre a la ficción, pero hay algunos-algunas-algunes, que se montan unas películas de terror. De pinchar y no echar gota. De esas que te dejan infartado y que te llevan a pensar que es posible la des-evolución del ser humano. Ya saben de qué y de quién les hablo. De cierta élite de la clase política española que en aras de emplear un «lenguaje inclusivo» (no reconocido por la RAE), para no discriminar, cometen actos vandálicos contra el presente y futuro de esa sociedad para la que trabajan y a la que sirven. La Montero se ha puesto el mundo por montera y ha salido a la plaza pública a proponerse el nada difícil reto de cumplir con una de las máximas de todo mal profesional del marketing y de la comunicación: «Que hablen de ti, aunque sea mal». Un leit-motiv, praxis, extraída erróneamente, de una sabia reflexión que ya en su Londres victoriano se planteaba el escritor irlandés Oscar Wilde: «Hay solamente una cosa en el mundo peor que que hablen de ti, y es que no hablen de ti». Solo desde ese prisma errado, de alimentar el ego, el individual y el de grupo, se puede entender la falta de cordura y de corresponsabilidad social (no solo política) demostrada por nuestra ministra de Igualdad, su consorte y otros de los miembros de su misma especie, la podemita generation. Difícilmente una sociedad puede evolucionar y corregir sus fallos-fallas sistémicas, si sus referentes políticos-sociales atentan no solo contra el diccionario con ese «todes-niñes-escuchades» sino contra uno de los principales derechos fundamentales, el derecho a la educación, en el que los poderes públicos tienen un papel tan relevante, especialmente, desde sus palestras, en su rol de líderes.