No es fácil digerir la idea de que alguien, en un algún rincón del país en el que vives, desea tu muerte y de forma anónima, nunca he conocido manera más cobarde de hacer o decir las cosas, envía a tu domicilio una carta con balas y el deseo explícito de que tu vida acabe. Eso es lo que han recibido en sus respectivas casas tres personas: Pablo Iglesias, candidato de Unidas Podemos a la Comunidad de Madrid; Fernando Grande-Marlaska, ministro del Interior del Gobierno de España y María Gámez, directora de la Guardia Civil. Esta es una de esas noticias que te revuelve el estómago y los sentimientos, y lo hace porque tristemente es el reflejo del combate político al que estamos asistiendo donde no hay contrincantes, solo enemigos y al enemigo en cualquier guerra hay que matarlo.

No sé si nuestros representantes políticos son conscientes de que cuando se atraviesan determinadas líneas todo puede pasar y a veces dar marcha atrás resulta imposible, porque se ha enardecido tanto a las masas con medias verdades y falsedades maquilladas con datos que son el despojo de las 'fake news', que la masa actúa siguiendo esa voz de referencia que le dice que ella, la masa, es la maltratada frente a los refugiados sin techo, frente a las mujeres agredidas, frente a las minorías que lo son por razones sexuales, morales, religiosas, sociales o políticas o económicas y ella, la masa, se otorga de un poder que roza la locura y el misticismo y comienza a realizar actos en los que desea la muerte de aquel que piensa de forma diferente y se siente en el derecho y la libertad de enviar esas misivas que están cargadas de odio, sin entender que cuando el odio se instala en una sociedad, la razón evidencia su destierro y nos quedamos al desamparo de las palabras gruesas y de los actos que solo buscan polemizar y acusar.

La campaña política en la Comunidad de Madrid nos está brindando mucho de todo esto y lo hace en un momento especialmente delicado, cuando la pandemia sigue activa y de alguna forma el miedo se ha instalado en los corazones de muchos españoles y una piensa que la distancia entre los que hablan y los que escuchamos es insalvable, porque el delirio que rodea a esta campaña se evidencia en elementos de usar y tirar, que se advierten en frases sin contenido ni pensamiento, y que aluden a las tripas desde el lado más canalla, usando las redes y las imágenes de campaña para extender la mentira, crear una confusión estudiada y luego, si pasa algo que no debiera pasar, culpar al enemigo político orquestando otra mentira, y así mentira tras mentira ya nadie distingue la verdad y aunque doloroso nos toca aceptar que el trumpismo llegó para quedarse y así seguiremos viviendo, cada vez más lejanos, más anónimos, disfrazados en nuestra mentira para creernos inmortales.