Nuestra Iglesia católica, siempre a remolque del cristianismo, se plantea si bendecir o decir-bien de las uniones homosexuales o bien mal-decirlas. Obispos alemanes y austríacos, como el de mi vieja ciudadela de Innsbruck, van a bendecir dichas uniones, mientras que algunos obispos autóctonos se preparan desde su indigenismo para criticarlas. Pero criticar el amor homoerótico no deja de ser criticar el amor interhumano, lo cual sueña bien extraño en la Iglesia de Jesús y su Dios-amor.

Entiendo que no se entienda episcopalmente el vocablo matrimonio para dichas uniones, pero podemos denominarlas fratrimonio o hermandad, y a la paz de Dios. El cristianismo no puede destruir la naturaleza del amor, sino en el mejor de los casos perfeccionarlo y elevarlo a través de su consagración, santificación o redención, como lo intentó la Iglesia con el matrimonio pagano rebautizado como cristiano. Negarse a bendecir es negarse al amor humano.

Los historiadores de la cultura, de P. Florenski a J. Boswell, han validado viejos documentos que muestran los antiguos rituales paganos y cristianos del hermanamiento ritual o religioso, sea en la etapa precristiana antigua sea en la cristiana medieval. Así Pavel Florenski descubre el antiguo rito eslavo precristiano de hermanamiento entre dos hombres del mismo sexo, a través del intercambio de la sangre, la comida y el nombre. Se trata de un juramento de mutua fidelidad y de hermandad amical, a menudo con tintes homoeróticos, que será asumido por el rito ortodoxo ya cristiano de fraternidad compartida. John Boswell ha planteado el trasfondo homosexual en ambos ritos pagano y cristiano respectivamente.

El propio Florenski realizó un tal ritual de hermanamiento pagano-cristiano de tintes homoeróticos con su gran amigo de estudios Sergei Trickij. En su romántica descripción el filósofo y teólogo ruso enciende ante el icono de la madre de Dios una candela perfumada de miel, de cera amarilla-ámbar, que ha recogido del mismo lugar en el que ambos vagaban en plena naturaleza. Pero la naturaleza se vuelve sobrenaturaleza y cultura litúrgica, cuando nuestro autor echa algunos granos de incienso en el incensario con sus carbones encendidos, atizando el fuego para su incensación. Según nuestro escritor, la amistad es el éxodo al otro: la contemplación de sí a través del amigo en Dios, cual tercero religador de ambos. En el amor matrimonial son dos en un solo cuerpo, pero en el amor de amistad son dos en una sola alma. El cristianismo añade aquí al ritual pagano la compresencia del Dios-amor en la figura de Jesús y su eucaristía o comunión.

Sacramento de la amistad

P. Florenski fue un sacerdote ortodoxo casado, influenciado por L. Tolstoi, fusilado por el régimen ruso en 1937. Por su parte J. Boswell ha sido un investigador contemporáneo católico de Estados Unidos, que ha defendido los viejos ritos cristianos del hermanamiento homosexual. Podríamos hablar del viejo sacramento de la amistad, ya que ambos autores, el ruso y el americano, privilegian el amor de amistad, sobre todo el primero. El cual define la amistad verdadera como tocar a Dios con nuestra carne viva a través del ánima del otro, así como salvar el alma donándola. El ritual cristiano realizaría el rito de paso de la naturaleza cruda o animalesca a su sublimación o espiritualización.

Así que el viejo rito del hermanamiento tanto pagano como cristiano es una puesta en común entre dos personas del mismo sexo, generalmente varones, de su coapertenencia mutua, verificada en el intercambio de bienes y de amor o amistad en la propia liturgia pagana o cristiana. Por eso ese comunismo del amor y los bienes se critica con el tiempo como una amenaza tanto para la institución del matrimonio canónico como para la institución de la propiedad privada, porque ambas se ven amenazadas simbólicamente. La confraternidad jurada o juramentada resulta peligrosa para una sociedad cada vez más individualista y no acaba de encajar, hasta que resurge con el movimiento actual de emancipación homosexual con renovado interés. Pero no se debería olvidar ni obviar su trasfondo pagano y cristiano, secular y religioso, natural y espiritual. Así que hay que bendecir el amor venga de donde venga y vaya a donde vaya, con tal de que sea auténtico amor humano.