Estimado político: los ciudadanos llevamos un tiempo disconformes con vuestra manera de actuar y de hacer política, que es lo que les corresponde y, claro, a mi me resulta curioso que todos hablemos mal de ustedes, porque debo manifestarle que de dichas críticas no se salva ninguno de los que conforman ese sector (por nombrarlo de alguna manera), y esto me ha llamado la atención de manera muy seria y preocupante.

Debo decirle, y no para su tranquilidad, que después de mucho reflexionar al respecto he llegado a la conclusión de que el problema real al que nos estamos enfrentando no son ustedes, somos toda la sociedad en su conjunto, no nos libramos nadie, ustedes tampoco porque forman parte de ella.

Vivimos tiempos faltos de análisis con los que no nos sentimos responsables de nada, y exigimos muchas cosas sin valorar el coste de ellas, pretendemos que todo gire a nuestro alrededor y no queremos pagar nada a cambio. La solidaridad se ha evaporado y solo nos queda un poco de caridad que nos apacigüe la conciencia.

No es posible vivir colgados de unos instrumentos llamados redes sociales que, basándose en el anonimato, no solo pretenden marcar nuestras formas de vida, además, nos invitan a que seamos sus correos para llegar a otros y, encima, a todo esto se le da mayor fiabilidad que a cualquier información contrastada. Nos hemos convertido en poseedores de una verdad sobre la cual no tenemos conocimiento ni deseamos obtenerlo, es el más grande despropósito que nunca ninguna generación había utilizado de forma tan gratuita.

Señor político, debo decir que también ustedes se encuentran cómodos y felices en estas circunstancias y, por ello, no producen el menor impulso que nos marque un camino de realidad para nuestras vidas y créame que es una pena. Desde que iniciamos estos tiempos actuales, basados en la democracia como elemento garantizador de nuestras libertades y derechos, hemos considerado como buena fórmula que los partidos políticos nos ofreciesen con sus programas el mejor modelo de sociedad, que entendían deberíamos tener, y nosotros libremente elegiríamos; pero ahora no es así, ustedes nos preguntan que les digamos qué queremos y según el resultado hacer un servicio a la carta, no entiendo esta forma de hacer política, esfuércense y no vayan a la complacencia, deben ser referencia para nosotros y por tanto ofrecernos su criterio sobre una convivencia mejor.

Me gustaría que dentro de cincuenta años cuando muchos de nosotros ya no seamos ni siquiera un recuerdo, que al menos este tiempo ocupe un espacio en la historia de nuestra humanidad, pero mucho me temo que no sea así, o peor todavía, que aparezcamos como ejemplo de lo que nunca se debió de ser. Como ciudadanos es necesario dar sentido a nuestro tiempo y que sirvamos como la más amplia y segura puerta para que las siguientes generaciones entren en el suyo con la ilusión de una convivencia cada vez más creativa.

Creo no equivocarme si le digo que esta situación viene de lejos, se ha ido madurando poco a poco; partimos de un tiempo de dictadura que, debemos admitir, nos fue resuelto porque nadie es eterno y la naturaleza nos trajo la solución. Entonces decidimos que era el momento de cambiar, de hacernos con los nuevos tiempos y que nuestros vecinos no nos mirasen como extraños y, quizás por el empeño de dejar atrás lo vivido, nos colocamos en el mundo de la democracia, qué bonita palabra que todos la pronunciábamos sin parar: «yo soy demócrata», pero quizás no terminábamos de saber cuál era la realidad de lo que éramos.

Trincheras

Se nos dijo que nos entregaban las libertades individuales y colectivas en su grado máximo, también los derechos que tienen las personas por el solo hecho de nacer, y nos sentimos como niños con zapatos nuevos, era como el disfrute de la más bonita fiesta y, lo mejor de todo, no se nos pedía nada a cambio, bueno, sí: ser buena gente y que cada cuatro años fuésemos a votar, aunque, empezamos a hacerlo cada menos tiempo porque siempre hay alguna elección con la que debemos encontrarnos. Pero ser demócratas significa, principalmente, tener capacidad de diálogo, aceptar que compartir ideas es enriquecedor y, sobre todo, garantizar el respeto hacia los demás, sin embargo, esto no lo hemos terminado de asimilar; jugamos al enfrentamiento, hacemos trincheras para sentirnos reconfortados con nosotros mismos y terminamos viviendo en una sociedad de egoísmos mezquinos.

Pero esto sucede porque nadie nos enseñó cómo usar las libertades y los derechos sin que parecieran privilegios y, como los niños cuando tienen muchos juguetes, en poco tiempo pasamos de la ilusión y la alegría, al olvido, y ahora no sabemos hacer otra cosa que buscar culpables de lo que nos sucede. También debo confesarle que, están ustedes tan a mano y como además les pagamos, cargan con el peso que de esto se deriva, del mismo modo, permítame que le diga que entre ustedes poco favorecen el ejemplo de la convivencia, pues una cosa es pensar diferente y otra es pensar que se está en posesión absoluta de la verdad. Sepan que lo más enriquecedor es la suma de las diversidades.

En definitiva, estamos en una sociedad en la que no nos aceptamos ni siquiera individualmente y esto, además de ser muy triste, no nos conduce a ninguna parte. Creo que todos deberíamos hacer un alto en nuestro camino, reflexionar sobre el papel que adquirimos en una vida que tiene dos condiciones no discutibles: nacemos y morimos, así que, esforcémonos en dar valor al intervalo que hay entre los dos hechos y, permítame que le pida, estimado político, que sean ustedes el faro que nos guíe durante el viaje para que seamos capaces de dar sentido a la libertad, a los derechos y a la convivencia y seguro que entonces, al entender nosotros todo esto, también los comprenderemos y valoraremos positivamente su función. Tengamos como objetivo mejorar todos en nuestra forma de ser personas.