La victoria de Ayuso es el punto de inflexión en un cambio de tendencia en la política. Ya no se mide el voto en los ejes ideológicos --derecha e izquierda-- o en la polarización más manoseada -comunismo o libertad; fascismo o democracia-- a pesar de que ha sido lo más recurrente en campaña. Principalmente en la izquierda y en Vox. En la compleja sensibilidad de los votantes solo cabe una lógica: que los candidatos hablen del estado de ánimo de cada uno de ellos. Tan simple pero a la vez tan difícil como eso. Ayuso ha logrado ganar en todos los municipios de Madrid no por una idea etérea de la libertad o porque haya dejado a más bares poner cañas. Hay un cambio de rasante en política con un horizonte que se está descubriendo. Solo con una fotografía basta: los votantes tradicionales del PSOE que se han ido a la opción de Ayuso o la fuga por no votar a Ciudadanos. Porque los votantes, al igual que los lectores, no son ya de un único partido o de un único periódico. La teoría de que los bloques ideológicos son impenetrables es cosa del pasado. El papel de la izquierda como garante de unos principios indisolubles a la propia Constitución o al Estado del bienestar tiene un competidor claro. La derecha sabe que lo social es tan -o más- importante en elecciones como la gestión económica. Y con Ayuso se demuestra que el PP es capaz de defenderse sin miedo al qué dirán. Y arrasa electoralmente. Aragón como maná de la buena política poco irá bebiendo de las inercias de Madrid. No en cuestión de polarización, que ojalá no lo haga nunca. Sino en la forma de construir a un candidato que sea el eje de la transversalidad y no tanto una ideología clara o las siglas en un cartel. Una teoría que, a día de hoy, solo la entiende el alcalde Azcón porque el antisanchismo comienza a ser una causa transversal en toda España. La gran duda es saber qué hará el presidente Lambán en ese escenario que se dibuja.