Hace unos días, horas antes de conocer los resultados de las elecciones en Madrid, escribía un artículo sobre el mito de Dédalo e Ícaro referido a la misma, y en él decía que «lo más fácil es gestionar la nada en medio de una histeria colectiva que se conforma con que le briden unas alas con las que terminará quemándose ante el sol y en el cielo de Madrid» y un poco más adelante, en ese mismo artículo, escribía «en esta campaña se ha aplaudido el insulto y la mala educación se ha hecho grito de guerra cuando no hay noche ni día, solo una neblina que es tiniebla (…) Porque la esperanza es un bolero que se ha ensuciado en una especia de ritual que tiene mucho de tribal y apenas se habla del futuro, porque el mejor futuro es del que no se habla, como si no existiera».

Recojo mis propias palabras para reflexionar acerca de cómo el despropósito se adueñó de esta campaña, un show televisivo con share de gran audiencia, en el mismo instante en el que Díaz Ayuso escupió aquello de «libertad o socialismo» y todos, o casi todos los candidatos, cayeron en la trampa mortal de su juego diabólico, que ha sido tan barato como eficaz.

¿Quién en su sano juicio dudaría ni un segundo de que socialismo es sinónimo de libertad? Nadie. Pero eso ha sido irrelevante y miles de personas, millones, compraron esa idea de libertad de la que nos estaba hablando la candidata del Partido Popular a la presidencia de la Comunidad de Madrid y que nada tenía que ver con la libertad y sí con un escupitajo desleal contra esta pandemia que ha asolado nuestras casas y nuestros barrios y nos ha dejado heridos y expuestos, sin paraguas contra los aguaceros, ni reflexión ante los discursos de cartón piedra.

La mayor parte de los candidatos, tristemente, entraron en ese juego, sobre todo los candidatos de Unidas Podemos y del Partido Socialista de Madrid y ahí comenzó la derrota y poco a poco fueron viendo cómo sus alas se quemaban por acercarse demasiado al sol que Ayuso había instalado en el cielo de Madrid y que se movía entre la mentira y los sueños que parecen regalar vida, cuando realmente lo que hacen es oprimir las gargantas.

Ángel Gabilondo y Pablo Iglesias han sido los dos grandes perdedores, porque no supieron salir de ese hilo enredado y envenenado en el que se dejaron atrapar, haciendo de esa falsa dicotomía entre socialismo y libertad el estribillo de una campaña diseñada por el PP para hacer del deseo y la ilusión de los otros un atajo para tocar la gloria, esa en el que un día sus alas se derretirán por haber usado el abatimiento y agotamiento de nuestras almas mortales en pro de su estrellato.