El movimiento Dadá – palabra que no significa nada concreto según su mayor representante Tristán Tzara– fue uno de los movimientos culturales del siglo XX más provocadores, se caracterizaba por una oposición a cualquier orden establecido, por revelarse contra las convenciones, una especie de juego perverso que perseguía llamar la atención basado en la filosofía del absurdo. Como movimiento artístico tuvo su importancia histórica al ser precursor del surrealismo. Este movimiento, que parte de esas premisas dadaístas, intentaba sobrepasar lo real y llegar a lo irracional, a lo onírico mediante el pensamiento del subconsciente. Según André Breton (1896-1966), teórico y uno de los fundadores del surrealismo, vino a decir que se trataba de «convertir las contradicciones de los sueños y la realidad en una certeza absoluta…». Lo consideraba un movimiento revolucionario asociándolo a causas políticas como el comunismo y el anarquismo.

André Breton empieza a tener los primeros contactos con el Partido Comunista al comienzo de la segunda guerra de Marruecos (1925). Se adhiere al partido y politiza el surrealismo. Como ocurre con la mayoría de los teóricos y visionarios de las vanguardias artísticas, los seguidores no se hacen esperar, se van incorporando artistas que hoy siguen siendo referentes de la cultura y el arte mundial, como el cineasta Buñuel, el escritor y poeta Paul Éluard, el pintor Max Ernst o el escultor Yves Tanguy…, un largo etcétera que dará lugar a que el surrealismo traspase fronteras y tenga un espacio destacado en la historia del arte. Sin embargo no todos los artistas estaban de acuerdo en compartir la decisión política de Breton, por lo que muchos otros intelectuales y artistas manifestaron su rechazo a la politización del surrealismo. La crispación no se hizo esperar y André Breton en su Segundo Manifiesto Surrealista (1929) empezó a expulsar a los artistas que solo demostraban interés por exponer y no por participar activamente en su militancia.

Mas allá de las luces y las sombras que rodeó al surrealismo, este movimiento tuvo un lugar destacado en España, pero pasó por una etapa que se podría decir devaluada, llegando a ser interpretado como signo negativo cuando una obra se calificaba de surrealista. Aunque nuestro país gozó de grandes escritores destacados y artistas internacionales, esa realidad deformada o reinterpretada compuesta de elementos oníricos, se quedó entre nosotros como calificativo para situaciones absurdas, contradictorias, incomprensibles e irracionales. Nuestro lenguaje es muy rico y nos permite que las variaciones de las diferentes acepciones, se adapten al entendimiento de las situaciones que se dan en nuestro entorno. El mayor caldo de cultivo en el que el surrealismo se mantiene actualizado es en la gusanera política. Nuestro país está en una situación maltrecha, pese a muchos optimistas, las cifras nos dan un paro juvenil que roza el 40%. Nuestra currada democracia permanece en una crisis institucional de disfunción crónica, acentuándose el descrédito y la desconfianza entre la población. Esta campaña electoral madrileña ha sido un espejo vivo de un neosurrealismo insolente que rozaba el esperpento. Ramón María del Valle-Inclán fue un adelantado y su obra Luces de Bohemia, un presagio.