Las elecciones de Madrid dan una imagen de fin de etapa. Diez años después del 15M, Ciudadanos se hunde y Pablo Iglesias anuncia su retirada de la política.

Dadas las tendencias del grupo, quizá sea más un cliffhanger que un final. Ha habido una sustitución generacional y una fragmentación. La fragmentación se organizó en una política de bloques, donde el PP y el PSOE siguen siendo los líderes aunque necesitan pactar con sus extremos.

La parte más solipsista del 15M negaba la representación; la más comprensible hablaba de un corte de expectativas de una generación. El sistema político encontró la manera de que nuevas demandas estuvieran representadas (aunque es más difícil gobernar); el problema del recorte de expectativas parece más difícil y se acentúa con la nueva crisis.

Se demandaba la democratización de los partidos. Pero la nueva política produjo partidos aún más jerárquicos, sin contrapesos. Mecanismos como las primarias han traído un populismo de partido, también a organizaciones establecidas. Se hablaba de la corrupción, pero nos interesa básicamente cuando la comete el rival.

El espíritu regeneracionista parece desvanecido. Se criticaba la colonización partidista de lo público, pero ahora la hemos asumido y aumentado, con una ex ministra de justicia haciendo de fiscal general o el esperpento del CIS. La transparencia se reivindicaba. En la pandemia las decisiones se han tomado con opacidad o justificaciones mentirosas.

Otra innovación de la nueva política fue la exhibición narcisista de las estrategias: una metapolítica. Era característico del Podemos inicial. Iglesias se retira después de convertir su partido en un proyecto personal, sometiendo a referéndum decisiones de su vida privada y también tras renunciar a la transversalidad y adoptar un recreacionismo de la guerra civil repleto de inverosímil retórica antifascista. En el gobierno ha sido más un trol que otra cosa. Hablaba de la gente y ahora parece totalmente desconectado. El hombre que llegó criticando los privilegios de la casta, que señalaba a periodistas y que extendió el odio sistemático en la política nacional, lamenta compungido los (inaceptables) ataques a su vida personal. No todo va a ser política: tiene razón, aunque cuando lo dice probablemente está haciendo política.