Hoy ha comenzado una nueva etapa con inciertas consecuencias. Se acabó el estado de alarma y el toque de queda a las 23.00 horas. En consecuencia, regresa la libre circulación de personas sin las restricciones que se han prolongado durante los últimos seis meses. A esta medida, que no es igual en todas las comunidades autónomas, con posturas diversas y sometidas a decisiones judiciales dispares, se añadirán otras como la prolongación del horario de cierre de los bares y restaurantes que anunció ayer Javier Lambán para las «próximas fechas». Después de tanto tiempo, con el decaimiento del estado de alarma es muy probable, como así se palpa en el ambiente, que se viva una especie de euforia colectiva que no debería acabar recordando a otras aglomeraciones festivas como la Nochevieja. Eso quieren evitar los responsables policiales, que han presentado un dispositivo similar al que funcionó durante el puente del Pilar y que se activa en celebraciones de este tipo, para controlar los hipotéticos excesos que pueden ocurrir en este primer paso importante de la actual desescalada. Los datos que se manejan en la actualidad nos hacen ser optimistas. Ya se ha vacunado, al menos con una dosis, una cuarta parte de la población, y los índices más importantes siguen con una tendencia a la baja, empezando por el número de hospitalizados y siguiendo con la RT (inferior a 1), la incidencia acumulada o la positividad, que está a punto de bajar de los niveles máximos aconsejados por la OMS. Aupados en estas cifras entra dentro de la normalidad que se viva una notable distensión.

Hay que recordar, sin embargo, que estamos inmersos todavía en plena pandemia, muy lejos aún de conseguir retomar la normalidad y que siguen vigentes medidas como la limitación del número de personas que pueden coincidir en las reuniones o encuentros entre familiares y amigos y las normas sobre el uso de la mascarilla.

La flexibilización es un evidente balón de oxígeno para la restauración y también un atisbo de luz al final del túnel para la ciudadanía, pero no está de más advertir de los peligros de una relajación que podría ser ilusoria si no se siguen los preceptos básicos de prevención: la distancia social, la higiene y la mascarilla protectora. Se trata de ser responsables de nuestros propios actos, conscientes de que todavía queda trecho por recorrer. Aún estamos lejos de la inmunización de grupo y la pandemia sigue siendo una realidad dramática. Si dejamos de estar alerta, como sucedió el pasado verano, y desde un punto de partida en algunos casos, no en todos, peor, corremos el riesgo de tener que volver a dar pasos atrás.