«Dios murió», predijo Nietzsche. «El movimiento 15-M, también», vaticina Errejón. No le falta razón. Y es que todo en esta vida es cíclico, y aquel movimiento que hace diez años nacía en las plazas de decenas de ciudades españolas, que de alguna manera sirvió «para tirar de las orejas» al poder, y desbaratar la estructura política imperante y válida hasta entonces, se ha desvanecido lentamente. Nuestro país vive otro momento histórico, y por ende, demanda nuevos modos, de ahí que partidos como Podemos, que comenzaban a dar sus primeros pasos entonces, estén experimentando hoy varapalos diversos, tanto a nivel de estructura interna como en las urnas. Sobró «un poco de soberbia y adanismo». Sabia reflexión, hecha, claro está, desde la distancia y la madurez, tan importantes para el desarrollo de un ejercicio político sano, sin vicios, enfocado al servicio y a la búsqueda del bien común, para el que, es necesario, la práctica continuada de la autocrítica, la capacidad de asumir que podemos equivocarnos, y de empatizar con los otros, incluso cuando los consideremos nuestros contrincantes (pues como bien recalca el líder de Más Madrid, hay que entender «que el de enfrente siempre tiene un poco de razón»). A Podemos le sobró «un poco de soberbia y adanismo». Tal cual, caballero. Acertado análisis desde el que partir y volver a reformular partidos como este y otros surgidos a rebufo de aquellas movilizaciones sociales que pusieron sobre la mesa grandes cuestiones todavía en el aire, pendientes, y por las que hay que seguir luchando. El reto actual es conseguir que nuestra clase política, de un lado y de otro, reconduzca su trayectoria en pro de conseguir una democracia del siglo XXI, sin soberbia ni adanismos.