Por principios no creo en el gobierno personal e incondicional y mucho menos en los cesaristas camuflados, descaradamente encumbrados por un dedo vanidoso. He vivido desde los años setenta del siglo pasado todas las elecciones generales, autonómicas y municipales acaecidas en nuestro país. En ocasiones como actor principal, otras, muy activamente, y las menos, como ciudadano comprometido alejado de campañas, mesas electorales (excepto para depositar mi voto) y recuentos oficiales o partidista.

Jamás pude imaginar una campaña electoral del Partido Socialista tan mal diseñada, proyectada y ejecutada como la última ocurrida en la Comunidad de Madrid con lectura inequívoca a nivel nacional.

He comprobado horrorizado el devenir de un discurso errático, con sonoros bandazos, sin iniciativa política, y, especialmente, dejándose arrastrar por la dialéctica de un agitador callejero ávido de notoriedad.

Cada palabra pronunciada en su llamativa oratoria significaba miles de votos en la bolsa electoral de sus adversarios políticos. Adversarios, no enemigos. Ni un español enemigo de otro. Mal intencionado error generar enemigos.

Si careces de iniciativa, y vas a marchas forzadas al compás impuesto por otro partido político, en un frenético ritmo de confrontación lastrada por las emociones, el resultado no puede ser otro que el ocurrido. Quien mal empieza peor acaba. En el PSOE a lo largo de su dilatada historia se plasmaron diferentes enfoques políticos representados por figuras políticas de gran calado. Ocurrió con las tendencias representadas en Julián Besteiro, Indalecio Prieto y Largo Caballero. Moderados, pragmáticos, … revolucionarios. Los nombres no lo eran todo, postulaban unas ideas, no un personalismo, a pesar de la fuerte personalidad de alguno de ellos. Desde su muerte en la cárcel o en el exilio llevando a España en el corazón, al final de sus vidas, con coherencia, autoridad moral, valentía y honradez, reconocieron errores colectivos y personales.

Reconocer errores. ¿Alguien ha reconocido errores? Todos somos responsables de nuestros actos. Unos más que otros. Unos, los ciudadanos, al emitir el voto personal e intransferible. Otros por sus decisiones. ¿Quién, o quienes, han sido cabezas visibles? ¿Un mercenario a sueldo con un poder omnímodo que no rinde cuentas ante ningún órgano estatutario del PS? ¿Quién le nombró, designó o permitió unas licencias no estipuladas? ¿Quiénes aplaudieron frases o eslóganes sin sentido en la trayectoria del PS?

Los funestos resultados no son solo errores de una campaña, o de un candidato maniatado. Se vienen solapando desde hace tiempo. Tañen campanas. La dinámica interna de las Agrupaciones Socialistas no presagia un horizonte de gloria. Sobran asesores con sueldo fijo público e inexpertos encumbrados sin convicción ni vocación política, ávidos de alcanzar con rapidez un sillón relumbrón.

Por no ser personalista, no caeré en ensañarme con un dedo acusador. No he sido guerrista ni he estado adscrito a la corriente Izquierda socialista. Ni sé si existe en la actualidad.

Voy a reflejar, no una anécdota, sino un hecho ilustrativo. Con pesar, contemplé las risitas maliciosas de dos personas en una reunión, no muy numerosa, en la calle Carcagente de Castellón (sede de la agrupación municipal) acaecida a los pocos días de formalizar aquel memorable abrazo del oso, cuando brevemente me opuse, con pocas palabras, a la entrada de Podemos en el Gobierno de España.

….No me gusta, y del apoyo de ERC, no me fío. Me huele mal.

Uno de los sonrientes, afiliado hacía unos pocos meses, con sillón en las Cortes Valencianas. Otros, mucho más veteranos, callados o manifiestamente alegres ante el anómalo acontecimiento histórico. Estuve a punto de volver a pedir la palabra. En la soledad del discrepante, en mi silencio no cómplice, pensé: …que las alegrías del presente no se transformen en pesares del futuro. Un error más de mis muchos silencios.

Solo deseo que lleguen pronto las Navidades para volver a pisar la sede del partido en el que he militado… demasiados años, para comprar uno o varios décimos de Lotería Nacional y ver si tenemos alguna alegría.