Los humanos somos seguros por convicción, no por certeza. El convencimiento lo asociamos a la creencia, no a la razón. De ahí que nuestra inseguridad se oculte con ímpetu irracional. Nuestra sociedad premia la seguridad, aunque sea falsa, y penaliza la duda razonable. A una persona insegura se le considera débil. Pero si se expresa con firmeza ficticia, nos dicen que es dueña de su destino. Si usted no se siente muy seguro, es que algo no le convence. ¿Pero tenemos la obligación de estar convencidos para opinar o decidir?

No hay un espacio razonable de inseguridad lógica. Preferimos el celofán brillante de la seguridad a un contenido arriesgado que debamos comprobar como cierto. El exceso de seguridad se tolera mejor que la falta de confianza.

Justificamos la prepotencia pero repudiamos al timorato. Un valiente suele ser un imprudente al que las cosas le salen bien. Un cobarde es un prudente mal visto por otros, igualmente tímidos, pero que no se han sometido a examen. Nos obligan a admirar una seguridad personal que profundiza las diferencias entre iguales.

Laboralmente se sobrevalora esa característica. Las empresas no buscan personas seguras de sí mismas, sino dispuestas a aprender y conocer. Con todas sus dudas. En la vida se fomenta mucho la convicción de seguridad y poco la búsqueda de conocimiento a través de la inseguridad. Lo primero implica creer y lo segundo querer. Nos engañamos con una bonita frase: querer es poder. Y resulta que el poder se ha construido a base de creer.

Nadie nos ha enseñado a tomar decisiones. Y si solo decidimos cuando estamos convencidos de algo, solo nos queda el camino irracional de las creencias. La dictadura de la falsa seguridad también es clasista y machista. Las personas con menos recursos no son más inseguras. Sólo que ni siquiera tienen en el horizonte un empleo, un hogar o una mejora de futuro para sus hijos.

La inseguridad del llamado «sexo débil» venía certificada por una discriminación machista, económica y social, para constatar que la estabilidad sólo correspondía al hombre. Queda mucho por hacer. En lo personal, la presión de la falsa seguridad fomenta una baja autoestima. Vemos pacientes en los que confluyen la duda, la inseguridad, la falta de habilidades y la prepotencia de una sociedad bravucona. Nuestro trabajo consiste en fortalecer cimientos, a aprueba de movimientos de sismología psíquica, más que en construir en altura. Si alguien nos mira por encima del hombro, nos verá allá abajo desde su perspectiva. Pero su fanfarronería de convicción nunca podrá derribar la verdad de nuestra razón, tan modesta como segura.

La actualidad rebosa de falsas convicciones. El conflicto en Oriente Medio es una nueva masacre del gobierno israelí contra el pueblo palestino. Pero en realidad es una bofetada del Estado judío al izquierdismo de Biden. En España hay dudas en la gestión, pero las vacunas llegan para todos, seguras y eficaces. La oposición expresa una falsa seguridad que se contradice en cada acometida. Le apoya el Banco de ¿España? Con su mochila azul popular. Da igual porque es una batalla de creencias, no de ideas. Lo importante de una creencia es su contundencia. Cuanto más fuerte lo sea, menos se notará su contradicción con otra, igual o más radical, aunque sea de signo contrario.

El principio de estupidez irracional nos dice que la fuerza de la creencia es inversamente proporcional a su capacidad de análisis racional. El Congreso ha aprobado la primera ley climática. No hemos visto a la derecha por allí. El gobierno protege a los falsos autónomos con la ley Rider.

La presidenta madrileña sigue con sus coñas y cañas, y al alcalde de Madrid central le gusta el barro de la contaminación. Si Blasco Ibáñez levantara la pluma, haría una versión cheli de Coñas y barro para celebrar San Isidro.

Se cumplen 10 años del 15-M. La función creó el órgano. Pero la respuesta a las demandas sociales nos compete a todos.

En Aragón somos cabezones. No es inseguridad sino insistencia. La terquedad reduce las razones a una. La nuestra. Es una cuestión de cantidad, no de calidad. Por eso no entiendo la prohibición de ir a La Romareda. Compartir espacio al aire libre, con seguridad, no justifica desigualdad competitiva. No han valorado el factor «cierzera». El mejor antiviral autóctono frente a los aerosoles.

Lo mejor es una recompensa indirecta. El día que nos quiten la mascarilla a los vacunados, podamos viajar, ir a un concierto o al fútbol, los antivacunas... ni de coña.