El pasado día 12 de mayo leí en este diario (pág.7) que la Comisión de Educación de las Cortes de Aragón aprobó instar al gobierno regional a que baje el número de alumnos por aula para el inicio del año escolar 2021-2022, argumentando que la bajada de ratios es necesaria para mejorar la calidad educativa, para luchar contra el abandono escolar y para favorecer el apoyo a la diversidad. Si se hubieran limitado a aprobar la bajada de esa ratio sin ofrecer ningún argumento, yo no habría escrito este artículo, ya que cada cual tiene derecho a reivindicar lo que le dé la gana. Sin embargo, al ver el razonamiento empleado, me ha parecido pertinente escribirlo para demostrar que dicha argumentación no tiene nada que ver con la mejora de la calidad educativa.

Según los datos ofrecidos por la OCDE, referidos al año escolar 2014-2015, la media de la ratio alumnos por aula en España era de 22,1 en la enseñanza primaria y de 24,6 en la enseñanza secundaria obligatoria. El promedio del conjunto de la enseñanza obligatoria era de 23,3, mientras que la media de los países de la Unión Europea era 25,7. Según la misma fuente, otro dato que diferencia a España del resto de los países europeos es que en éstos el número de alumnos por aula es bastante más elevado en la enseñanza pública que en la privada, justo al revés que en nuestro país. En primaria la media de las escuelas públicas es 19,8 y la de las escuelas privadas es 24,5; en la enseñanza secundaria obligatoria la media de las escuelas públicas es 23,5 y la de las escuelas privadas es 25,8. No cabe ninguna duda de que si el número de alumnos por aula fuera una variable determinante de la calidad de los centros escolares, España tendría que estar a la cabeza de Europa y, sin embargo, los resultados de las evaluaciones externas muestran todo lo contrario. Por otra parte, si esa variable fuera la responsable principal del nivel académico de un centro, los colegios públicos españoles deberían obtener mejores puntuaciones en los resultados de las evaluaciones PISA que los privados y, sin embargo, sucede al revés.

Existen centenares de investigaciones cuyo objetivo ha consistido en analizar el peso que tiene el número de alumnos por aula en la calidad de los centros escolares. Dado que los resultados de todas ellas son coincidentes, me limitaré a sintetizar los hallazgos de las dos revisiones más completas a nivel mundial: la realizada por Chingos (2013) y la llevada a cabo por Escardíbul y Calero (2013). El rendimiento académico de un aula con menos de 30 alumnos no es superior al de otra que tenga más de 30, siempre y cuando que la procedencia sociocultural del alumnado de ambas clases sea semejante y que los recursos materiales y personales sean más o menos iguales. Dentro del umbral comprendido entre 20 y 35 niños por clase no se evidencian diferencias de rendimiento académico, o cuando las hay son muy volátiles, ya que desaparecen a medida que se asciende de grado. Solo se obtienen resultados favorables para los colegios con un bajo número de alumnos por aula en comparación con el de aquellos otros que tienen una ratio más elevada, cuando en los primeros los estudiantes proceden de clases sociales más elevadas y, a su vez, cuentan con mayores recursos. En los estudios que utilizan como unidad de análisis el país en su conjunto, el número de alumnos por clase no posee ningún efecto sobre el rendimiento académico. Solo aparece en los pocos estudios que han empleado técnicas estadísticas muy refinadas, pero sin que la diferencia sea significativa estadísticamente hablando en ningún estudio. El profesor García Hoz, después de haber coordinado un importante número de experiencias pedagógicas basadas en el agrupamiento heterogéneo del alumnado y en las ratios flexibles de alumnos por aula, las sintetizó en un libro titulado Educación Personalizada (1970), en el que daba los siguientes argumentos en defensa de las ventajas que suponen las ratios flexibles en función de cada tipo de tareas a realizar. Frente a los posibles slogans de pocos alumnos por clase, hay que decir que una buena enseñanza no radica en el hecho de que haya sólo 15, 20 o 25 alumnos en un aula, sino en la posibilidad de que cada alumno pueda, en ocasiones, trabajar individualmente, en otras realizar trabajos en colaboración con grupos pequeños, y en otras beneficiarse de una acción colectiva de mayor amplitud. Frente al principio de la ratio única ha de establecerse el de la flexible; es decir, una organización de las actividades escolares que permita a los alumnos sacar el mayor partido posible de su trabajo individual en diferentes clases de grupos. No cabe duda de que hoy en día el uso de las redes informáticas facilita la enseñanza personalizada, basada en la flexibilización del número de alumnos por aula, en función del tipo de actividades pedagógicas.

En resumen, con los datos de que se dispone actualmente es absurdo solicitar unas ratios fijas y más bajas de alumnos por aula, argumentando que con ello se elevará la excelencia de los centros escolares. Defender una ratio fija para la gran variedad de actividades pedagógicas que se llevan a cabo a lo largo de cualquier jornada escolar es un gran disparate, ya que hay actividades en las que un solo docente puede atender perfectamente a 100 estudiantes, y otras en que 10 alumnos pueden constituir una cifra excesiva. Lo que sí está justificado es reivindicar una drástica rebaja del número de horas que cada profesor dedica hoy en día a tareas pedagógicas, tales como la preparación didáctica, la evaluación, la elaboración de informes personalizados, o las entrevistas con los educandos y sus familias. Una forma de conseguir ese objetivo es la implantación obligatoria de una especie de MIR en la formación del profesorado, semejante al de los médicos, lo cual permitiría, entre otras ventajas, disponer de un razonable número de docentes en cada colegio, trabajando bajo la dirección de un docente titular.