Otras cuatro mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas en 72 horas, vamos subiendo en una progresión no sé si aritmética o geométrica pero imparable, y que ha borrado del mapa a 1.091 mujeres desde que empezó el registro en 2003. Más de mil mujeres a las que hemos dedicado unas líneas o unas imágenes en el carrusel de noticias y luego han vuelto al olvido, menos para sus allegados y los 309 huérfanos menores que se quedaron sin madre y con un padre asesino. Unas aniquiladas por la libre voluntad de unos señores que piensan que su vida tiene sello de propiedad y ellos la adquirieron para acosar y torturar, y unos menores con un futuro destrozado sin esperanza de encontrar la bondad en sus vidas.

Warda y su hijo Mohamed de siete años estrangulados, Betty tiroteada por su pareja, Lucía encontrada muerta por su hijo de trece años, y la última víctima vecina de Pola de Laviana, también abatida a tiros. Y todo esto en menos de una semana, la misma en que entraron 8.000 personas en Ceuta azuzados por las autoridades marroquíes usados como peones de su propiedad para desestabilizar a su enemigo político en ese momento, España y toda la Unión Europea. Reclaman la propiedad del territorio ocupado del Sáhara Occidental, aunque no es reconocida por las Naciones Unidas y rechazada por el Frente Polisario, fortalecidos por el empuje que les dio Trump antes de abandonar la presidencia.

Este sentido de la propiedad sobre la vida de otros, por el que se sienten ungido desde el nacimiento y les divide la humanidad entre poseedores y poseídos, casi mejor desposeídos de derechos y libertad, tratados como un trozo de carne sin alma. El reconocimiento de la maldad en los otros es una enseñanza que no se debe escatimar a los niños, y que tan bien reflejaban los antiguos cuentos infantiles reconvertidos por alguna corriente obsesionada por lo políticamente correcto en una parodia de las antiguas enseñanzas.

Hay un lado malo de la vida, lleno de odiadores sin escrúpulos, narcisistas y criminales, hay otro, por suerte más numeroso, que se estremece ante los horrores y lo repudia, y queda una minoría que trabaja activa y desinteresadamente por hacernos a todos mejor la cruda realidad. El estupor frente a los crímenes no devuelve la vida a las víctimas, la militancia activa en la concienciación y en la protección de las posibles nuevas candidatas tampoco pero igual consigue parar alguno de los nuevos asesinatos. La violencia machista ya no es un asunto privado, pero no ha alcanzado el suficiente grado de atención pública para que sea prioritario en la agenda política y en la preocupación social.