El Real Zaragoza volverá a jugar en Segunda División por noveno año consecutivo. Y debemos estar agradecidos, porque esta temporada cantaba a desastre antológico. Pero el alivio de haber evitado el descenso, el pasado jueves frente al Castellón, no es ningún consuelo. El equipo va a cumplir nueve campañas lejos de la élite del fútbol, lo que significa que superará la peor racha conocida hasta ahora, la de los negros años 40, cuando permaneció ocho años seguidos fuera de Primera. Los jugadores que conocieron aquella etapa (Belló, Jugo, Lerín, Noguera o Juanito Ruiz, también entrenador) la recordaban siempre como si el equipo hubiera vivido una horrible época de peste. Y tardó un tiempo, hasta 1956, en sanarse por completo.

A falta de esa novena temporada que está por venir, el Real Zaragoza ha vivido ocho campañas hundido en la mediocridad y también en la mala suerte. Hace solo un año, la pandemia frustró un ascenso que parecía seguro; y en 2015 estuvo cerca, muy cerca de subir a Primera, en esa eliminatoria con la UD Las Palmas que se perdió por puro pánico. Las demás temporadas han sido de una vulgaridad notable y todas ellas componen el ciclo más oscuro en la historia zaragocista.

Nueve años son demasiados para purgar las manchas de viejos pecados. Ya es hora de que los gestores del Real Zaragoza recuerden que dirigen un club deportivo, no son meros contables o administradores de una comunidad de vecinos. Ya es hora de que los políticos muestren un poco más de empatía con ese equipo que tantas alegrías, fotos e incluso votos les dieron en el pasado. Y si alguien tiene que venir a tomar el relevo, que sea ya, porque estar diez años en Segunda sería una humillación redonda.