Si algo ha ido ayudando a sobrellevar las consecuencias de esta pandemia, en esas tardes largas, difíciles, tristes e inciertas, es la posibilidad de acceder a lo que más cerca podíamos tener como son los libros. Sumergirnos en otros mundos diferentes, en pensamientos y ensoñaciones que nos evaden de una realidad asfixiante, es una ventana de luz abierta a muchas posibilidades. Los libros son una parte importante de nuestra resiliencia emocional. La inercia de leer un libro en vez de encender el televisor y ver series, una detrás de una otra, no se consigue por generación espontánea, tiene que formarse a través de la plantación que ha de brotar en el humus que nosotros hayamos ido elaborando, si no el ocio que nosotros consumamos puede derivar hacia un ocio pasivo que no proporciona ningún tipo de enriquecimiento personal. Por eso es tan importante direccionarlo hacia una experiencia que beneficie nuestro desarrollo, de esta manera se puede llegar a conseguir una mirada interior para proyectarla hacia el exterior, esto nos ayudaría a entender y a resolver determinados conflictos, además de conseguir un avance personal.

En el transcurso de esta trágica crisis, se sigue hablando de dos cosas que sobresalen, una, es obvia y necesaria: el importante número persistente de las lamentables muertes y, la otra, el ocio lúdico, cuya cuota de protagonismo en las televisiones sobre las pérdidas económicas de bares y ocio nocturno unido a las irresponsabilidades de algunos ciudadanos, sobrepasa, en algún momento, el de las víctimas e ingresados en la uci. Las quejas constantes de los empresarios de este tipo de ocio por aumentar aforos, siguen siendo tan tercas que los ayuntamientos han dado licencia para crear corrales que invaden calzadas y aceras, dificultando el tránsito peatonal, sobre todo a los minusválidos e invidentes. Esta invasión ha ido creciendo exponencialmente y hoy en día estos cercados están desdibujando la estética natural de nuestras calles creando agobio espacial. Es posible que, debido a la situación vivida estos dos últimos años, se haya activado, en el ciudadano, una necesidad desmesurada por este tipo de ocio, quizá ha habido una transformación o simplemente estaba latente un tipo de socialización subjetiva que, desde luego, no ayuda a que nuestras sociedades sean más humanas.

El ocio cultural relacionado con el espectáculo sucumbió a las normas sanitarias, las quejas de empresarios y artistas quedaron como flashes a pesar del paro que generó y de la importante economía que mueve. El ocio activo es fundamental en la vida del individuo, el participante es la figura principal de su recreo por lo que le aporta mayores satisfacciones personales. El anunciado cierre de la biblioteca Mariano de Pano, desalienta la esperanza, cerrar un espacio de conocimiento y cultura, tan escasos en nuestra ciudad, es penoso, más, si leemos en su web que «Atiende con alto nivel de calidad las necesidades de estudiantes, principalmente universitarios, y público en general. Es la única de Zaragoza que programa actividades para mayores y niños…». Cerrarla sería marcar una dirección negativa que perjudica al sujeto que la mantiene y a su entorno. Con el avance de la vacunación, es de esperar que las aguas vuelvan a su cauce y la socialización pasiva mute hacia terrenos de ocio útil.