«El hombre piensa, Dios ríe» es un proverbio judío que cita Milan Kundera en El arte de la novela. Pedro Sánchez ha presentado esta semana España 2050. Fundamentos y propuestas para una estrategia nacional a largo plazo, donde ha participado un centenar de expertos. Son 676 páginas y las primeras reacciones recordaban al chiste de Woody Allen: «He hecho un curso de lectura rápida y he leído Guerra y paz en veinte minutos: trata de Rusia». A primera vista, hay propuestas valiosas, diagnósticos sensatos, buenas intenciones. La iniciativa es interesante, el debate es productivo, y la redacción tiene un narcotizante tono a medio camino entre la consultoría y la autoayuda.

La crisis en Ceuta ha mostrado la paradoja inevitable de estos proyectos: uno quiere pensar a largo plazo, pero a menudo nunca llega. Esa paradoja es una de las razones que justifican su existencia. Otro de los problemas es la forma dramática en que se presenta. El proyecto, que presume de sentido de Estado, tiene aire de hiperliderazgo: el presidente y la tecnocracia, mano a mano; quien lo critique es por animadversión al presidente o la ciencia, no por desacuerdos con las ideas o las formas. Alguien que ha cultivado la polarización y cuyo principal rasgo posicional es la negativa a llegar a acuerdos con la derecha española habla ahora de algo que está por encima de los partidos. El ejecutivo que ha desacreditado al CIS a base de sectarismo presume ahora de altura de miras y despliega la retórica del buen gobierno.

Unos días después de que el Constitucional reprochara al gobierno el abuso del decreto ley llegan las «luces largas». Un equipo con una acusada tendencia al regate en corto, el trampantojo y el requiebro nos habla ahora de los horizontes lejanos: sería comprensible que alguien lo interpretase como un nuevo acto de transformismo. Estamos acostumbrados a que nos hablen de cambios de paradigma que solo son vaivenes de propaganda. La suspensión del escepticismo exige buenas dosis del voluntarismo que defiende el epílogo.

Iván Redondo, el director del gabinete de presidencia del gobierno, ha escrito sobre las razones, el contenido, el objetivo y el método del proyecto. En un aparte, señalaba: «El presidente fue muy nítido y ejecutivo como es él». Sorprende que un hombre inteligente y poderoso pensara que debía halagar en público a su jefe, como si quisiera alejar alguna sospecha. Transmitía una sensación humana de duda que hacía pensar en el documento: imaginamos un futuro decorado de grandes palabras, entre otras cosas porque no sabemos dónde estaremos mañana.