Hay títulos que se repiten una y otra vez. Como El inocente, por ejemplo. De moda ahora debido a la serie de tv inspirada en la novela The innocent de Harlan Coben. Ya antes hubo en película otro El Inocente inspirado en la novela The law of innocence de Michel Connelly. Y mucho antes, y mucho mejor, L’innocente de Luchino Visconti.

La serie actual de El inocente, que está teniendo mucho éxito, debe verse con subtítulos en castellano para conseguir entender lo que dice Mario Casas. Actor que, a estas alturas, todavía no ha aprendido a hablar. Su desastrosa dicción es a duras penas sostenida por un elenco femenino notablemente superior al de sus compañeros varones. Destacando especialmente la actriz zaragozana Alexandra Jiménez en el papel de la inspectora al frente del caso. El suyo es el único papel realmente sólido y verosímil en un guión que juega hasta la extenuación con las coincidencias y casualidades, en un afán un tanto pueril de encajarlo todo, hasta que de pura simetría se cae en la fantasía.

Ya Agatha Christie prevenía contra este tipo de argumentos pretendidamente confluyentes donde el enigma no es uno, sino, como en esta serie, varios a la vez, todo un ramillete de misterios a descubrir hasta que, lógicamente, los efectos dramáticos van perdiendo fuerza y desvaneciéndose en la memoria del espectador.

El Inocente, ambientada en Barcelona y en Marbella, vuelve a dar la triste imagen de una España abarrotada de putas, pistolas, chorizos, traficantes de drogas, macarras, presidiarios, asesinos a sueldo, ciudadanos violentos y policías corruptos. Introduciendo, además, la variante del sexo de pago con menores como la nueva afición de los muy poderosos. Siendo, a partir de aquí, obligada la pregunta: ¿está sucediendo así en la realidad? ¿Hay, existe en nuestro país un mercado de menores como sexo de pago orientado a clientes adinerados?

De ser así, las fuerzas del orden deberían investigar y desmantelar este tipo de organizaciones que, además de atentar contra toda clase de derechos humanos, ponen en riesgo las vidas de esclavas sexuales condenadas a soportar las vejaciones y taras de clientes psicópatas.

Pero claro, como la televisión tiene que ser entretenimiento…